Una nostálgica sensación de regreso al pasado se apoderaba de quienes ayer por la tarde, desafiando un tiempo desapacible, se acercaban a Can Pep de sa Plana, una casa payesa de la venda de Forada, cerca de Sant Mateu, donde, por sexto año consecutivo, se celebraba la Festa de s´Oli, organizada por sa Colla de Buscastell. Nada más llegar a la casa, enclavada en una finca agrícola esmeradamente cuidada, salen al encuentro de los visitantes numerosas jóvenes vestidas de payesa –en traje de labor, lo que da más naturalidad a la escena– y hombres igualmente vestidos como hace medio siglo.

Todos se afanan en los preparativos de la actividad principal de esta Festa de s´Oli, que no puede ser otra que la elaboración de aceite mediante un antiguo trull payés, que data del siglo XIX y que mueve un caballo dando vueltas a su alrededor. La amplia sala en la que se desarrolla la escena, si no fuera por las cámaras fotográficas y los teléfonos móviles que van inmortalizando el proceso, parece un auténtico museo viviente. Mientras el animal gira lentamente para moler las aceitunas, un hombre va vaciando cestos con más olivas, que son aplastadas por el ruló, enorme rueda de roca que gira arrastrada por el caballo.

De allí, el producto resultante se deposita en una especie de cestos de esparto llamados cofins, que se amontonan luego bajo un enorme madero, la jàcena, que los aplastará y extraerá el jugo que irá a parar a un pequeño depósito en el suelo llamado el cel, mientras que los restos van a parar a otro igual situado al lado, llamado l´infern. Acto seguido, el aceite obtenido vuelve a pasar por el trull, proceso redundante que se conoce como sa rimolta, la remolida, que da lugar al oli de sa pinyolada.

Llama la atención la jàcena, constituida por un solo tronco de pino ibicenco de nueve metros de largo y casi uno de lado (tiene la sección cuadrada), lo que da una idea del excepcional tamaño que debía tener el ejemplar. En un lateral, el portentoso leño lleva inscrita la fecha de su construcción: «Año 1892». A su alrededor, penden de los muros y estantes todo tipo de útiles y herramientas agrícolas ya desaparecidas del uso cotidiano: planchas de carbón, arado de madera, quinqués de petróleo, senalles, garbells, rol.los para hacer quesos, sierras de gran tamaño, palas para introducir el pan en el horno...

En un rincón, observa la escena sentado sobre una silla el artífice de todo esto, Josep Prats Ribas, Pep de sa Plana, propietario de la finca, que tiene siete hectáreas, en la que crecen 800 olivos plantados en 2004 y pertenecientes a diversas variedades de este fruto. «Ahora ya sé cuál es la mejor variedad: la ibicenca, llamada empeltre, que rinde el doble que la de la Península», afirma.

Prats compró la finca y la casa hace unos 25 años, cuando el trull y todo lo demás estaba en estado de abandono. El año pasado obtuvo 1.500 litros de aceite.

De repente, en el interior de la sala, suenan los compases suaves de la flauta y el tambor, acompañados de un espasí. El golpeteo de las pezuñas del caballo sobre el suelo se suma a la melodía y una atmósfera de calidez envuelve el ambiente mientras fuera sigue lloviznando.