El pintor Rigoberto Soler (Alcoi, 1896 – Valencia, 1968) llegó por primera vez a Santa Eulària en 1924, con muchas ganas de pintar, poco dinero y una barraca desmontable que acabó instalando –con la ayuda de Sendic– a la sombra de un pino en la pequeña cala de s´Estanyol. Pintó la barraca de azul y la bautizó con el nombre de Niu blau. Así comenzó el largo idilio de este artista con la isla, que no terminaría hasta 1956, cuando abandonó definitivamente el pueblo para vivir en Barcelona, donde ejerció como profesor en la Escuela de Bellas Artes de San Jorge.

La historia completa de este pintor la reconstruye ahora su sobrina María Jesús Soler, también pintora, licenciada en Bellas Artes y doctora en Filosofía, en su libro ´Rigoberto Soler de cerca´, que acaba de editar la Consejería de Cultura de la Generalitat Valenciana y que fue presentado el pasado 11 de mayo en el Centre d´Art d´Alcoi. En sus casi 300 páginas, la autora del libro ofrece todo cuanto se sabe de la vida del artista, con valiosas aportaciones procedentes de los recuerdos familiares y un buen número de fotografías de cuadros.

Se trata de un libro testimonial en primer lugar, más que analítico, pues como María Jesús Soler reconoce «escribir sobre Rigoberto Soler para mí es escribir desde la cercanía. Cercanía lograda tras años de convivencia con él cuando, durante mi infancia y adolescencia, visitaba la casa de mis padres en verano aprovechando la época vacacional de su trabajo como Catedrático de Figura y Ropajes de lo Antiguo en la Escuela de Bellas Artes de San Jorge de Barcelona.» Y desde esta cercanía, la autora ha ido buscando otras, en personas que lo conocieron sobre todo, en Valencia, en Barcelona y en Eivissa, testimonios importantes para reconstruir la trayectoria de este pintor que no merece el olvido y del que Santa Eulària podría presumir todavía más si algún día se consiguiera reunir al menos una pequeña colección de sus obras.

El número de cuadros pintados por el artista en Santa Eulària entre 1924 y 1956 es incalculable, entre otras cosas porque no se conoce el destino de la mayoría de sus obras. Rigoberto Soler pintó mucho y vendió bien en los mercados de la época, recibía constantemente encargos, especialmente retratos. Exponía con regularidad en Valencia y Barcelona –nunca lo hizo en Eivissa–. Tuvo el favor de la crítica. Actualmente muchas de sus obras aparecen en importantes subastas. Pero un catálogo completo de su trabajo no existe y este libro no pretende serlo tampoco. «No trato de hacer aquí –afirma la autora– una recopilación de historias o anécdotas biográficas, ni de elaborar un libro catálogo al uso...» Es más bien, una obra que trabaja con unos códigos «en los que aparecen conectadas, entrelazadas, dispersadas o yuxtapuestas variables de distinto signo que hacen referencia no solo a datos biográficos, contextos, lugares sino también a datos de su actividad artística: sus comienzos, sus fantasmas, sus obras...»

Luminismo mediterráneo

De lo que no parece haber duda es de la importancia que tuvo para el artista sus más de 30 años en Santa Eulària. El pueblo, sus paisajes, sus vecinos: son los motivos principales de su pintura, siempre entre el costumbrismo y el realismo, pero con una tendencia al luminismo mediterráneo, lírico y estilizado, con técnicas muy diversas, desde el óleo al grabado, pasando por el dibujo, la acuarela y la litografía.

Del Niu blau de s´Estanyol, aquella barraca pintada de azul que se trajo de Valencia y en la que vivió y pintó en sus primeros años en la isla, en compañía de Encarna, una joven modelo, muy pronto pasó a vivir en una casa en el pueblo, hoy ya desparecida, que pudo comprar, en parte, gracias a las ganacias del premio que consiguió en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid –por cierto, con un cuadro ibicenco– y en parte también a la generosidad de los Riquer, propietarios de la pequeña finca, que ejercieron de mecenas del artista, como ya lo venía haciendo también el banquero madrileño Rafael Sainz, amigo y tertuliano del Royalty. En el Hotel Buenavista, inaugurado en 1933, conoció a Clara Sinderman, con quien se casaría en 1935 y gracias a la cual, por lo visto, puso un poco de orden en su vida bohemia... Conoció y trató a Elliot Paul, que habla de él con elogio en su célebre novela, a Laureano Barrau, a Amadeo Roca, a Fernando Viscaí... Pero fue amigo sobre todo de sus vecinos de siempre de Santa Eulària, a quienes retrató y quienes siempre han guardado un imborrable recuerdo de él, para sorpresa de María Jesús Soler, que vino a la isla el pasado año para recabar información para este libro que ahora ya es una realidad.

´Rigoberto Soler de cerca´ ofrece a sus lectores un panorama amplio de las actividades artísticas del pintor, desde el cartelismo a los grandes lienzos paisajísticos, informa de sus años de formación, siempre con el maestro José Mongrell Torrent, y de sus descubrimientos propios. Es también una oportunidad para conocer algunas obras pintadas en Santa Eulària, así como la historia de algunas de ellas, como la titulada ´Vista de Santa Eulalia del Rio', de 1943, que fue censurada por la Comandancia Militar de Ibiza porque «se trataba de un documento topográfico que revelaba posiciones estratégicas de la costa consideradas secreto y objetivo militar».

Rigoberto Soler Pérez, ahora más cerca que nunca gracias al libro escrito por su sobrina María Jesús, «se reconocía a sí mismo como librepensador, seguidor y admirador de su paisano Blasco Ibáñez, cuyas obras en aquel entonces estaban prohibidas, y por consiguiente se definía como republicano con ideas socialistas, pienso que dentro de un socialismo utópico. Todo ello lo exponía sin ningún tipo de problemas en las tertulias. Sin embargo, no fue un inconveniente para que estableciera una relación sincera, cordial y amistosa con personas de ideas de diferente línea.» Un libro que nos descubre, en definitiva, a un artista imprescindible en la historia cultural de Eivissa.