Javier no puede olvidar un rayo que cayó sobre el faro y pudo matarle: «Por un instante aquel trallazo no me deja pegado al grifo en el que lavaba unos tomates. Fue un fogonazo ensordecedor que reventó los azulejos de la cocina. Después supe que en la Mola ya había muerto un farero por culpa de un rayo». Javier Pérez de Arévalo desmitifica la vida en el faro que, sin embargo, tuvo también momentos de felicidad, ricos en vivencias y muy creativos que se materializaron en prosas, versos, composiciones musicales y logofonías. La vida en el faro, recuerda, era una absoluta paradoja: tenía tiempos difíciles y amables, ofrecía libertad pero la linterna esclavizaba; disfrutabas de un horizonte espectacular, pero vivías constreñido entre cuatro paredes; gozabas del sol, de las nubes y del vuelo cenital de las gaviotas, pero vivías un aislamiento superior a la soledad compartida del cartujo. En cualquier caso, cuando le pregunto a Javier qué pesaba más, se queda con lo positivo, con los buenos momentos. De aquí que el abandono del faro fuese un mal trago. La historia de Javier en el farallón de la Mola es la de una amistad que se construye cada día: «Los acantilados –dice– son lentos para la amistad. A las piedras no les gusta la prisa porque tienen todo el tiempo del mundo».

Los escritos que un día me remitió y los que leo en su blog me hacen pensar que la vida del farero en el acantilado se parece mucho a la acción de ese pino obstinado que penetra la roca con esfuerzo y se afinca de tal forma en ella que, después, es casi imposible sacarlo de su emplazamiento. Y si se consigue arrancarlo, resquebrajado, deja allí sus raíces. Es, creo yo, lo que le pasó a Javier cuando abandonó el faro de la Mola, que allí dejó parte de sí mismo: «Me han arrancado del acantilado –dice en su diario– y eso duele. ¡Cómo duele esta desolladura lítica y brutal del acantilado vacío, del faro deshabitado (...) En donde estoy ahora no hay cal ni piedra, y el azimut del sol no acompaña ya mis desayunos». Después de todo, no me extraña que Javier, en muchas ocasiones, escriba con mayúsculas Acantilado y Faro, pues para él siempre serán nombres propios.

Llegados aquí, quiero volver al principio de la historia y recapitular, cosa que no es fácil porque, al releer la biografía de Javier, tengo la impresión de que me las tengo con un personaje de novela. El caso es que, antes de llegar al escritor, al músico y al poeta, hay que hacer el singular recorrido que intentaré resumir. Licenciado en Filosofía y Master en Bioética, Javier estudia violonchelo, armonía y contrapunto en el Conservatorio de Burgos, aunque pronto suelta amarras y busca derroteros más estimulantes. Una temprana entrevista con el compositor rumano Mihail Brediceanu le da las pistas que necesita un desertor de la oficialidad y así empieza una rica etapa creativa que, sin embargo –nadie es profeta en su tierra–, en Burgos no tiene reconocimiento. Frustrado, abandona la ciudad, sigue estudios de composición con maestros como Alejandro Yagüe, Albert Sardà y Xavier Carbonell, y pone todo su empeño en buscar una soledad creativa. Así se convierte en técnico mecánico de señales marítimas y vive en el eremítico retiro de los faros 14 años, doce de ellos en la Mola de Formentera, una isla en una isla. Y es allí donde Javier, además de dar lumbre a la linterna, da otras lumbres, las de sus composiciones musicales que deja en un cajón, pero que muy pronto saldrán a la luz. Sucede –no hay mal que por bien no venga– cuando deja la isla y el faro. Es entonces cuando sus trabajos afloran y tienen reconocimiento. Entre ellos, y sin pretender ser exhaustivo, puedo citar 4 obras para orquesta sinfónica, 5 para conjunto instrumental, 1 para doce flautas, 2 cuartetos y 2 tríos de cuerda, 1 obra para trío de cuerda y una voz, 2 quintetos de viento y 1 de guitarras, 2 tríos de metales, 3 obras para percusión, 1 para clarinete y percusión, 1 para cuarteto de saxofones y dos percusionistas, 1 para trombón y percusión, 1 para fagot y piano, 1 para flauta y guitarra, 1 pieza para gamelán indonesio y percusión, 4 piezas infantiles, 2 obras instrumentales para escenografías, una de ellas sobre la obra ´Péndulo´, del escritor Cristóbal Serra, además de composiciones para el ´hörspel´ Morderwald y ´Die Hände des Pianisten´, sobre novelas de Eugenio Fuentes y un largo etcétera que aquí no cabe. Directores de orquesta como Salvador Brotons, José Luis Termes, Fernando Marina, Agustín Aguiló y Andrés Gomis han interpretado sus obras que se han presentado en Ámsterdam, Lüneburg, Pekín, Perpiñán, Dusseldorf, Palma de Mallorca, Valencia, Burgos, Barcelona, Formentera, Sitges, Alcúdia, etc, siendo asimismo transmitidas por RNE en Radio Clásica y Radio 1, Punto Radio, DeutschlandRadio, Südwestrunfunk, Westdeutsher, Rundfunk, etc.

Nuestro personaje desarrolla además una intensa labor divulgativa de la Música Contemporánea en conferencias, seminarios, y colaboraciones en prensa. Junto a Kole Seoane, es autor del libro ´El far de Formentera´ y tiene en preparación ´Los faros de la isla de Dragonera´. El resultado es apabullante y se genera en una vida de novela, aunque, para nosotros, Javier Pérez de Arévalo siempre será el último farero en la Mola.