La comisión de fiestas del Pilar de la Mola repitió ayer el éxito de participación de público en la celebración de la décima edición de la Olimpiada Pagesa, que nació en 2001 en esta localidad. Desde el sábado y a pesar de la lluvia, el engranaje festivo se puso en marcha con la implicación de la mayoría de los vecinos. Ayer, el sol fue el protagonista de la jornada, lo que facilitó la participación ciudadana.

A primera hora de la mañana, con el cielo descubiert o, vecinos y visitantes (cada vez más numeroso) se rindieron a los encantos de una celebración espontánea en la que los participantes son los auténticos y únicos protagonistas.

La clave del éxito de esta fiesta radica en que no existe ninguna fecha que la justifique ni persona ni grupo que la lidere. Por eso, no se programan conciertos musicales ni meditadas conferencias con la participación de sesudos ponentes. El truco radica en la espontaneidad y en el trabajo silencioso que realizan los miembros de la comisión de fiestas para atraer a personas implicadas y volcadas en todas las manifestaciones de la cultura popular.

Muchos ibicencos y mallorquines se han fijado en esta fiesta por este motivo y varias localidades de Ibiza han copiado la fórmula, hecho del que se sienten muy satisfechos los formenterenses, sobre sobre todo los ´moleros´.

´Ball´ desde Sant Antoni

En esta edición, participó la colla de ball pagès de Sant Antoni de Portmany que, junto a las bailadoras y bailadores locales, se encargaron de animar la fiesta. También asistieron profesionales del sector agrario que trajeron sus productos desde Ibiza.

La llegada de público fue incesante desde primera hora. Una carrera solidaria con el patrocinio de Baleària congregó a más de 70 atletas en la meta de salida.

El ambiente en el recinto de las escuelas del Pilar de la Mola fue excepcional. En el bosque hubo muestras de todos los oficios antiguos que raramente se encuentran en las tiendas de moda. Entre ellos las filadores, mujeres que conservan el arte de hilar la lana de oveja para convertirla en hilo. Unos pasos más cerca se instalaron los cesteros que, con esparto y paciencia, crearon un senalló y espardenyes.

El ecuador de la fiesta lo marcó la paella. Un grupo de diez cocineros regalaron lo mejor de su alquimia culinaria para ofrecer un plato de arroz con todos sus ingredientes.

Posteriormente, comenzaron las juegos populares en los que se pone a prueba la habilidad de los participantes en asuntos tan relevantes como la conducción de carretillas y otros artilugios.