Aunque tal vez sea la biblioteca el espacio con el que más fácilmente se asocia la figura del filósofo alemán Walter Benjamin (1892-1940) –seguido inmediatamente de las calles de su amada ciudad de Berlín–, lo cierto es que los viajes ocupan episodios muy relevantes en su biografía, tanto si fueron de placer como forzosos, y resultan también determinantes en su itinerario intelectual.

Benjamin probó casi todas las formas del viaje moderno. Viajó en tren, en barco –de pasajeros y de carga–, en coche. Probó el viaje intelectual a Italia, la vuelta mítica por los Alpes, el descanso en la Riviera francesa, la aventura a las islas mediterráneas, la escapada a Andalucía, el exotismo de Moscú, el refugio en Dinamarca. No consiguió llegar a Palestina ni a Nueva York, aunque ambos lugares estuvieron señalados en sus particulares hojas de ruta.

Viajó como estudiante, como turista, como exiliado, como viajero utópico, como trotamundos. Y finalmente puso fin a sus días y a sus viajes en Portbou, un lugar de paso, un no-lugar casi podría decirse: una aduana y un puesto fronterizo de especial vigilancia policial. Un no-lugar que hoy evoca una tumba que, en realidad, tampoco ocupa ya un lugar, sino que ha devenido un paisaje más y una obra de arte a la intemperie.

Lejos de ser un intelectual sedentario, pese a la imagen recurrente del hombre-biblioteca, Walter Benjamin pensó y escribió en constante movimiento, llevó consigo a todas partes su equipaje intelectual y se mostró siempre dispuesto a absorber, con su habitual sentido crítico, todo aquello que en cada lugar se le ofrecía.

En sus múltiples viajes, el filósofo probó la escritura de diario, ya desde sus más tempranas excursiones, como durante su viaje a Italia en 1912, e incluso un año antes, en 1911, durante un viaje familiar a Suiza, cuando aún era estudiante. Sin duda el diario de viaje más completo –y complejo– lo escribió en Moscú, entre 1926 y 1927. Y el más singular de todos en Ibiza, durante la primavera de 1932, porque incluía, además de las habituales impresiones de paisaje, esbozos de lo que serían algunos de sus relatos viajeros más interesantes.

Fue también Benjamin, a su manera, un turista satisfecho: acostumbraba a adquirir, pese a sus exiguos presupuestos, souvenirs de los lugares que visitaba –desde juguetes rusos a fotografías antiguas de París– y, sobre todo, fue un gran consumidor y escritor de postales.

Siempre que pudo, además, consiguió hacerse también alguna fotografía en sus destinos de viaje. En realidad, hay pocos filósofos de su tiempo que fueran tan fotografiados como Benjamin, en justa correspondencia, podría decirse, con su interés intelectual por la historia de la fotografía y la implicación de ésta en la sociedad contemporánea.

Incluso como buen viajero moderno, también encontró oportunidades para quejarse: así lo hizo, por escrito –en su diario y en sus cartas–, con motivo de la construcción de dos hoteles en Ibiza que, según él, amenazaban la serenidad de la isla: el Grand Hotel y el Hotel Portmany.

El coleccionista

Es bien conocida la faceta de Walter Benjamin como coleccionista y, entre las muy diferentes colecciones de objetos, se encuentra la del postalismo. En sus archivos personales, donde minuciosamente guardaba sus pequeños tesoros, desde manuscritos hasta piezas curiosas de toda clase, se han encontrado numerosas postales de los lugares a los que viajó. «Hay personas –llegó a escribir– que creen hallar la clave de su destino en la herencia, otras en el horóscopo y otras más en su educación. Yo mismo creo que, si hoy pudiera echarle un vistazo a mi colección de postales, encontraría en ella alguna aclaración sobre el último periodo de mi vida».

Aunque muy mermados, ya quetras el ascenso del nazismo tuvo que abandonar precipitadamente Berlín y, por tanto, aquellos lugares donde celosamente guardaba sus cosas –para viajar a Ibiza por segunda vez en la primavera de 1933–, sus archivos, es decir, todo aquello que pudo ser salvado de él, han sido clasificados y ordenados en el Walter Benjamin Archiv de Berlín, y en parte también publicados en diferentes álbumes conmemorativos desde 1992. El último de estos trabajos ha sido editado en España recientemente con el título ´Archivos de Walter Benjamin. Imágenes, textos y dibujos´ (CBA, 2010), y ofrece la oportunidad de conocer algunas postales que el filósofo adquirió en Ibiza para su colección.

Hay que distinguir entre las postales que Benjamin envió a sus amigos desde Sant Antoni, entre 1932 y 1933, y las que compró para coleccionar. De las primeras se conocen algunas –aquellas que los amigos guardaron–, con breve texto al dorso. Entre quienes las recibieron se encontraban intelectuales de la talla de Gershom Scholem y Siegfried Kracauer. El primero, por ejemplo, recibió una tarjeta postal de la Catedral de Ibiza y otra del interior del Museo Arqueológico. El segundo recibió una imagen de las murallas –con la entrada del Portal Nou– y otra de un carro típico con payeses. Todas ellas del mismo autor, Domingo Viñets, a cuyo comercio de la Marina acudía siempre Benjamin para comprarlas.

Precisamente, y demostrando así la importancia que le concedía a las postales, en Ibiza escribió un pequeño relato titulado ´La muralla´ –incluido como episodio de un relato mayor titulado ´Historias desde la soledad´ –que tiene como protagonistas a la postal enviada a Kracauer y a la misma tienda de Viñets donde la compró.

«Una tarde –se dice en este relato–, durante unos de mis vagabundeos, di con una tiendecita en la que parecía que tenía postales. En cualquier caso mostraba algunas en el escaparate, entre las cuales había una con la foto de una muralla, como es común en muchos lugares de estos parajes. Pero nunca había visto una semejante. El fotógrafo había captado todo su encanto, y la muralla parecía vibrar en el paisaje como una voz, como un himno a través de los siglos de su existencia».

Del segundo grupo de postales, es decir, de aquellas que adquirió para su colección privada, que son las que se conservan en el Walter Benjamin Archiv, se encuentran imágenes también de Domingo Viñets. Algunas de estas tarjetas coinciden con las que envió a sus amigos, pero otras no. Entre estas últimas, destacan una vista de es Vedrà, lugar que Benjamin conocía muy bien de sus paseos por la costa de Sant Josep, un molino de viento, un ventanal gótico de Dalt Vila y un rincón urbano, el de sa Carrossa, también en la ciudad vieja, por la que tantas veces se perdió durante sus largos paseos, disfrutando de su soledad insular de aquellos días, soñando con una vida y con un mundo diferentes.

El souvenir del viajero

Coleccionista vocacional, las postales ocuparon un lugar importante entre las aficiones de Walter Benjamin. En Ibiza envió numerosas tarjetas postales a los amigos, pero además adquirió aquellas que más le gustaron para su colección.