«Si no te preguntas por qué pierdes el camino», insiste. Él mismo asegura que lo ha hecho miles de veces. La que mejor recuerda, y la más significativa en su vida, cuando siendo «muy joven», en Austria, una ópera de Mozart no le emocionó lo que debería haberlo hecho.

Precisamente ahora, a sus 87 años, está preparando otro libro sobre el compositor austríaco. Algunas de las notas, a lápiz, para este volumen las ha tomado en Ibiza la última semana, durante el escaso tiempo libre que le ha dejado su labor como presidente del jurado en el XIX Festival Internacional de Piano de Ibiza. Más de medio siglo después de aquella tarde de ópera sabe por qué Mozart no le había llegado al alma: «Entonces me decían que se debía a que no era austríaco. Ahora sé que es porque no había vivido algunas cosas».

Hadjinikos, que estudió con el mismísimo Carl Orff (compositor de ´Carmina Burana´) lo tiene claro: prefiere un buen pianista capaz de transmitir que un pianista impresionante que no le emocione. No quiere robots de ejecución y técnica perfectas, un concepto que ha dejado claro en más de una ocasión durante estos días, ante el asombro del resto de los componentes del jurado. «Tienes que conseguir olvidarte del piano y del pianista. En algo como la quinta sinfonía de Beethoven hay que olvidarse de la técnica y sentir la tragedia, la tragedia como la entendían los antiguos, en el sentido de destino. Cuando Beethoven escribió esa obra no tenía ni para comprar pan y hay que tocarla sintiendo eso», insiste este hombre, que intercala sonidos y golpes en su discurso para ejemplificar diferentes maneras de interpretar una misma música. Intensidades. Pasiones. Energías. Un beatboxer nacido en los años del charlestón.

«Ésta no es una buena época para la música clásica, ésta es una época que necesita la música clásica», reflexiona el músico, profesor y director de orquesta griego, que lamenta que a la gente del siglo XXI «no le guste el silencio». «Solo en él se aprecia la gran música», insiste George Hadjinikos, quien confiesa que si no hubiera sido por el ataque de Mussolini a Grecia en 1940, no hubiera dedicado su vida a la música. «Estaba estudiando Derecho, pero al ver que allí no había leyes decidí abandonar y centrarme en la música», detalla. «Los políticos son criminales, hacen las cosas por dinero y el dinero te vacía y te vuelve más estúpido», afirma.

Dedicado a la docencia desde principios de los 60, asegura que en sus clases lo que más le ha importado siempre no ha sido lo que sus alumnos aprenden de él «sino lo que se puede sacar de ellos». Y para sacar lo máximo explica que no ha dudado en hacer todo lo posible, incluso pedir a violinistas y chelistas que cantaran las piezas que iban a tocar con sus instrumentos. «Algunos me decían que no al principio», reconoce este hombre que cuando se le pregunta por la relación entre su manera de ver la música y la filosofía responde con una risa y otra pregunta: «¿Qué es la filosofía?».

Hadjinikos se emociona hablando de música, un tema sobre el que podría estar disertando incansable durante días y semanas. Asegura que detrás de cinco notas de Bach se esconde «la voluntad de dios», que Mozart «no era pequeño» como compositor de óperas, que interpretar mal a Beethoven es «prostituirlo» y que los Beatles pueden sonar «maravillosamente» tocados por los músicos más jóvenes de una filarmónica. No tiene complejos. En su extenso currículum se cuelan experiencias muy alejadas de la docencia a alto nivel.

Como la vez que dirigió un ´Carmina Burana´ con gente que no había cantado nunca y de cuyo resultado está muy orgulloso. O la vez que consiguió que unos escolares tocaran la percusión correctamente sin haber estudiado música jamás. Además, explica que una de las veces que más se ha emocionado al escuchar a alguien cantar estaba muy lejos de un escenario. La voz era la de la madre de Nikolaos Skalkottas —«un fantástico compositor griego»—. Ésta, ciega y sorda, en su lecho de muerte, interpretó las canciones que le cantaba a su hijo cuando era pequeño. «Y en la pared negra de aquella habitación de aquella casa tan pobre, solo con su voz, vi cómo se pintaban el mar y las montañas de Grecia», recuerda.