Independientes y liberales, viajeras y artistas: también ellas buscaron en Eivissa un espacio en el mundo donde practicar la modernidad y su presencia, por supuesto, con sus maneras aquí inauditas hasta entonces, no pasó inadvertida. Hijas de la revolución femenina de los años veinte, del concepto flapper, usaban vestidos que llegaban hasta la rodilla, pantalones y bañadores de una pieza fabricados en lana tejida. Llevaban el cabello corto, al estilo varonil. Bebían y fumaban en público. Así eran y se mostraban muchas de aquellas mujeres jóvenes que visitaron la Eivissa de los años treinta y que propiciaron un visible contraste con las mujeres ibicencas, para quienes la revolución femenina quedaba, como tantas otras cosas del siglo XX, todavía muy lejos.

Y no solamente hablamos de mujeres extranjeras: también las españolas, gracias a la República, habían empezado a conocer las nuevas maneras independientes. El derecho al voto y la Ley de divorcio constituían dos importantes novedades para las mujeres en la España republicana de los años treinta. Como por entonces el llamado ´turismo familiar´ no existía aún, casi todas las mujeres que visitaban la isla habían llegado solas, con amigas o amigos, o con su pareja, masculina o femenina, sin hijos. Muchas de ellas, como la periodista catalana Irene Polo, practicaban el nudismo. Otras, como la suiza Cilette Ofaire, habían llegado en su propio barco, después de una larga navegación en solitario. Les gustaba bailar en los pocos locales donde podían hacerlo. Entraban y se sentaban en bares donde sólo acostumbraban a reunirse los hombres, como la pintora norteamericana Mary Hoover Aiken expresa muy bien en uno de sus cuadros pintados en la isla.

Sabemos de muchas de ellas porque eran también artistas o escritoras y conocemos algunas de sus obras de aquel tiempo, así como algunos de sus testimonios. Efectivamente, ´Café Fortune Teller´ es un cuadro pintado en 1933 por la pintora Mary Hoover Aiken, que llegó a España un año antes con la intención de completar sus estudios de arte en Madrid, aunque parece que casi todo su tiempo (dos años) lo pasó en nuestra isla dedicada a pintar. Por entonces aún no llevaba el apellido Aiken: éste lo adoptó tras su casamiento en 1937 con el poeta norteamericano Conrad Aiken, que fue Premio Pulitzer en 1956 y el principal responsable de que se editaran por primera vez los maravillosos poemas de otra singular mujer: Emily Dickinson. Más que paisajes, Mary Hoover, que era amiga del escritor Elliot Paul, con el que coincidió aquí, pintaba interiores y figuras humanas. ´Café Fortune Teller´ es un autorretrato en el que la pintora aparece en un bar, solitaria, concentrada en sus cartas, de espaldas a aquel mundo exclusivo de los hombres.

También entre 1932 y 1933 encontramos pintando en Eivissa a la artista neozelandesa, afincada en Inglaterra, Frances Hodgkins, quien, pocos años después, en 1940, representaría a Gran Bretaña en la prestigiosa Bienal de Venecia. Formada en el postimpresionismo, Hodgkins no dejó nunca de pintar paisajes, pero sin cerrarse a las nuevas tendencias y maneras. Así surgieron sus «paisajes surrealistas», a cuya serie pertenecen algunas de sus pinturas ibicencas. Desde luego que nadie había pintado Eivissa hasta entonces de esta manera, una manera en la que lo onírico y lo real parecen fundirse para crear un paisaje alucinado.

Una de las primeras galerías de arte que hubo en Eivissa la fundó Maria Ferst en 1933. Ubicada en la Plaça de Vila, sabemos que en ella estuvo algunas veces Walter Benjamin, acompañando a Anna Maria Blaupot ten Cate, una pintora holandesa que había llegado sola a la isla e hizo pronto buena amistad –más que amistad, según parece– con el filósofo alemán. No sabemos quién es –¿tal vez la pintora holandesa?– la joven de la fotografía que aparece con Benjamin en la terraza del Migjorn, acompañados por Guy Selz, propietario del bar en una tarde de verano de 1933, pero su imagen concuerda perfectamente con el estilo moderno de la nueva mujer que recién aparecía en la isla para asombro de muchos.

De la pintura a la fotografía

De Maria Ferst, también pintora, y propietaria de la galería que llevaba su nombre, sabemos que era compañera de Ernst Langerdorf, el cual, a su vez, regentaba las Galerías Ibicencas, el lugar al que Raoul Hausmann acudía siempre para dejar sus cosas cuando bajaba a Vila desde Sant Josep, ya fuera solo, o con su mujer, o con su amante y modelo, o con las dos a la vez. Sin duda, Edwig Mankiewitz y Vera Broïdo fueron también dos de aquellas mujeres que pasearon por la isla su modernidad e independencia.

Más pintoras. Soledad Martínez, nacida en Barcelona en 1901. Pintó delicados y pequeños paisajes ibicencos en los años treinta, acompañada por su novio, también pintor, Willy Roempler, y por el amigo de ambos, el joven Paul Gauguin, que la dibujó en cierta ocasión, en 1935, tumbada en un sofá. De espíritu inquieto y curioso, rabiosamente independiente y moderna, esta mujer de baja estatura y coqueta, que había sido amante de Valle-Inclán, se había educado durante su infancia en una escuela francesa. Adoraba la isla, que visitó en diversas ocasiones, y aquí conoció, entre otros, al escultor francés Maurice Garnier y al escritor y crítico de arte George Duthuit, yerno de Matisse.

Con todos ellos, según ella misma contó muchos años después, frecuentaba también los bares del puerto. Con ellos y con otros pintores a los que ya conocía y con los que coincidió en Eivissa: Esteban Vicente y su mujer, Estelle Charney, también pintora, y sobre todo con Olga Sacharoff, la pintora rusa afincada en Barcelona desde hacía ya veinte años, y que preparó en la isla, en un molino de Puig des Molins, toda una exposición de paisajes ibicencos para la Galeries Laietanes de la capital catalana. Los paisajes de Sacharoff, de intenso colorido, constituyen una excepcional visión de la belleza insular de aquellos años treinta.

Por aquel tiempo, empezaron a instalarse también en Eivissa otras mujeres que, por su condición de judías, huían de la Alemania nazi. Es el caso de la pintora e ilustradora Lene Schneider-Kainer, bien conocida en el Berlín artístico de los años veinte por sus originales dibujos de desnudos femeninos e ilustraciones de postales y carteles eróticos.

Gran viajera, entre 1924 y 1925 la pintora nacida en Austria había recorrido la India y el Tibet, de donde regresó con muchos recuerdos, muebles y objetos que traería consigo en su exilio ibicenco. Algunos de estos souvenirs de Oriente podían verse en el hotelito que ella misma abrió en Dalt Vila para ganarse la vida, el Hotel Ca Vostra, donde una vez se alojaron, en 1936, el poeta francés, Jacques Prévert y su jovencísima novia de diecisiete años, pero ya separada de su primer marido, Jacqueline Laurent.

Entre las mejores amigas de Lene Schneider-Kainer en Eivissa hay que citar a otra mujer excepcional, la francesa Hélène Derhoir, que había sido modelo en París y que ahora vivía –y pintaba también– en Dalt Vila, con su marido Miguel de Beistegui. Fueron célebres las cenas y fiestas organizadas por ella en su casa. Y a su belleza y talento le dedicaron poemas un joven Marià Villangómez y hasta un canónigo como Isidoro Macabich.

Ciertamente el contraste entre la mujer moderna que visitaba la isla y las campesinas ibicencas era muy visible. Con todo, todas estas mujeres mostraron una admiración extraordinaria por las payesas, a las que nunca se cansaron de pintar y de fotografiar, interesándose sobre todo por sus vestidos tradicionales y por sus joyas.

Es el caso de la fotógrafa neoyorquina Florence Henri, que empezó a visitar Eivissa en los primeros años veinte y continuaría haciéndolo –en su amado pueblo de Santa Eulària– hasta los años cincuenta. Sus fotografías muestran esta admiración por las mujeres ibicencas del campo, tan alejadas, sin embargo, en sus costumbres, de la modernísima artista americana.

Y es el caso de otra gran fotógrafa del siglo XX, la alemana y judía Gisèle Freund, que visitó la isla en 1933, después de haber escapado de las garras nazis. También ella retrató a las mujeres ibicencas con una admiración muy especial (aunque también al escritor fascista Pierre Drieu La Rochelle).

Pero tal vez ninguna llegó a mostrar una actitud tan reverencial por las payesas como María Teresa León, la escritora española que visitó Eivissa en 1936, junto con su compañero, el poeta Rafael Alberti, y también ella mujer representativa de la nueva vida social femenina de la República.

En su libro ´Memoria de la melancolía´, María Teresa León expresa su deseo de regresar algún día a Eivissa, porque «tenemos que volver a mirar a las muchachas ibicencas y a envidiarles sus collares; tenemos que besar a las viejecitas con sus husos en la cintura y a aquella madre con su hija que nos dejaban ´robar´ uvas para nuestra hambre...»

Eivissa supuso para todos los viajeros de los años 30 un encuentro muy significativo entre la modernidad, que ellos aportaban, y la tradición, muy visible en la sociedad isleña. Aquel encuentro, aquel choque cultural, fue igualmente representativo en el mundo femenino y quedó ampliamente reflejado en las obras pictóricas, fotográficas y literarias de las mujeres artistas que visitaron la isla durante aquellos años.