Alcanzan hasta un metro y medio de altura y en Ibiza y Formentera eran muy abundantes en ses Feixes de Vila, en ses Jonqueres -antiguo topónimo de Portmany que daba nombre a un humedal que estaba en la entrada de Sant Antoni, a la izquierda, muy cerca del mar- y eran también comunes en el entorno de s´Estany Pudent (Formentera) y de los estanques salineros. La Enciclopèdia d´Eivissa i Formentera explica que, además de utilizarse en la fabricación de nasas, «els joncs s´empraven també per fer teles d´erers i garbells, per assecar-hi figues damunt, en petits festers per socarrar les orelles del porc el dia de matances i, molt freqüentment, com veiem sobretot a les cases de Vila, per fer cortines amb els joncs tallats a bocins i enfilats de través». Esta demanda explica que en aquellos años hubiese personas dedicadas a recolectar los juncos que luego vendían -a tant el manat de mil joncs- a los payeses, a los pescadores y a los tenderos que fabricaban aquellas populares cortinas.

En la selección de los juncos, las premisas eran claras: una vez que habían florecido y amarilleaba su punta espinosa, se escogían los de color más oscuro, enhiestos, uniformes y largos. El mejor momento para recolectarlos era después de San Juan, especialmente en julio y agosto. Una vez cortados por su base, se hacían manojos de 20 o 30 cm de diámetro y, en bicicleta, en carro o en chalana si se recogían en ses Feixes, los traían a la Marina, vendiéndolos en el entorno de las Barracas donde se subastaba el pescado o al pie de la Penya. Una vez en casa, se despuntaban, -«s´escaparraven amb ganivet o tisores»- y, formando gavillas, se colocaban cuidadosamente en sacos de arpillera -en el campo se cubrían con paja- para que se secaran. Después de 10 o 12 días, los juncos amarilleaban y se acababan de secar a pleno sol, volteándolos de vez en cuando para que su grosor fuera uniforme y recogiéndolos por la noche para evitar la humedad. Después, cuando los juncos estaban bien secos, el nanser, generalmente, hacía tres grupos: «Els joncs més prims es deixaven per fer les nanses de fora. Els que semblaven un pel més gruixuts eren per les nanses de terra. I els més gruixuts de tots es reservaven per les nanses sipieres. El joncs uniformes i més llargs s´utilitzaven per fer els diferents cercles de les nanses. Però per construir les nanses no n´hi havia prou amb els joncs. Necessitàvem un ganivet ben afilat, fil de cotó i de cànem per lligar el joncs, fer les bores i les costeres, rebotins d´olivera o de mata per fer el cèrcol, espart per estrenyer la boca de l´anfàs i acabar-lo amb punxes afuades, i un tros de xarxa per la tapa de la nansa».

Con todos estos elementos, el nanser podía empezar a construir, indistintamente, cualquiera de las dos piezas de la nasa, el buc (cuerpo exterior de forma generalmente acampanada que lleva en su parte superior la boca con tapadera por la que se ceba la nasa y se recupera el pescado apresado) o l´anfàs o afàs, (embudo de malla que se coloca en la base del buc y que se hace más angosto al penetrar el interior de la nasa. Generalmente, se empieza construyendo el cerco del buc (cèrcol), con una fina vara de olivo que, para darle flexibilidad y que no se quebrara, se sumergía uno o dos días en el mar. El diámetro de este cerco determinaba el tamaño de la nasa. Inmediatamente, en el perímetro de este pequeño cerco se sujetaban, con hilo de cáñamo y buenos nudos, perpendiculares al aro y cada 2 ó 3 centímetros, grupos de cuatro juncos menos uno que tenía 5 o 6 y que era el que servía para iniciar el cuerpo de la nasa. A continuación, trenzando los juncos y cruzándolos con las vías transversales y paralelas al cerco originario, se creaban los característicos triángulos de la malla y la nasa propiamente dicha que se abombaba según iba creciendo hasta llegar a su base. Las nasas que se colocaban en aguas poco profundas -nanses de terra i sipieres- se hacían de la misma manera, pero reforzándolas con doble junco. La razón era que sufrían más los embates del oleaje y convenía que resistieran los continuos arrastres y roces por el lecho marino que, para más inri, era generalmente rocoso. La otra pieza de la nasa, el afàs o anfàs, se iniciaba por su parte más estrecha -por el pequeño cerco que conformaba la parte más angosta del embudo- y se tejía de la misma manera que el buc, con la única diferencia que se trabajaba con grupos de 2 juncos y no de 4. La construcción del afàs terminaba cuando su circunferencia, en su parte más ancha, era la misma que la base del buc al que había de unirse. La calidad de la nasa dependía, en gran manera, de la resistencia y la buena forma del afàs, porque el abombamiento de su embudo había de ser suave y progresivo de forma que el pez, al buscar el cebo, se viera conducido o invitado a traspasar sin molestias la angostura. Se trataba, en fin, de que, sin darse cuenta, entrara en la trampa. Hechas las dos piezas, sólo quedaba el trabajo de acoplarlas de manera que el embudo se orientara hacia el interior de la nasa, colocar la tapadera en el cerco y sujetar las cuatro costeres, varas de olivo ligeramente aplanadas, como finos listones, que bajaban verticalmente desde el cerco superior a la base de la nasa y que proporcionaban un refuerzo añadido. Y lo último que se hacía era colocar en la parte superior de la nasa una pequeña abrazadera o asa de cuerda (tirant), que servía para sujetar varias nasas en una misma hilada o filera. Sólo queda por añadir que una nasa de buen tamaño, si el nanser era experto, no exigía más de dos días de trabajo.