El dibujante catalán Roberto Segura (Badalona, 1927), uno de los clásicos de la llamada `Escuela Bruguera´, falleció el pasado 4 de diciembre en la localidad barcelonesa de Premià de Mar, en la que residía desde hacía años. Segura, como firmaba sus historietas, estaba muy vinculado a Eivissa desde que a los 14 años llegó por primera vez a la isla para visitar a su tío, que llevaba la cafetería del Club Náutico de Vila.

La familia se quedó prendada de la isla y ya no dejó de volver, primero los veranos en el hostal Casa Mariné de la Marina y después en el piso que compraron en es Pratet, en el que el dibujante pasaba largas temporadas desde que se jubiló en 1992.

Segura era un hombre afable y simpático que vencía su timidez con una risa franca y abierta. En sus años en la isla hizo muchos amigos y él siempre recordaba su relación con los Costa, propietarios de la barca de Talamanca, en la que desde adolescente se acercaba hasta la playa.

Con su desaparición ya sólo queda Ibáñez -autor de `Mortadelo y Filemón´- de aquella escudería de dibujantes que hizo reír a varias generaciones de españoles desde los años 40. Él había estudiado Artes y Oficios en Barcelona y quería ser artista, pero el hambre de la posguerra le llevó al pluriempleo.

En 1957 trabajaba en una fábrica de sostenes cuando le llegó la oportunidad de ingresar en Bruguera, entonces la mayor factoría de tebeos de España. Allí trabajó junto a nombres hoy míticos, como el propio Ibáñez, Vázquez, Peñarroya, Jorge, Escobar, Raf o Jan.

Suyos son personajes como `Rigoberto Picaporte, solterón de mucho porte´, `Los señores de Alcorcón y el holgazán de Pepón´, `La alegre pandilla´ o `El capitán Serafín y el grumete Diabolín´.

Los publicó en revistas como Pulgarcito, DDT, Can Can, Mortadelo o Lily, donde era autor del personaje principal. Tras el cierre de Bruguera trabajó para Grijalbo y después para Ediciones B, donde ilustró numerosas portadas de la revista TBO.

Segura nunca se casó ni tuvo hijos y su familia eran los compañeros de la editorial. En los últimos años en Eivissa se dedicaba a su gran pasión, la pintura, y publicaba chistes en la revista de la Llar de la Pau. Daba largos paseos por la ciudad y nunca perdía su sonrisa amable.