A los tres meses de edad el pediatra o psiquiatra pueden descubrir ya los primeros signos de un futuro autismo. El bebé que a esta edad no haya tenido una sonrisa social puede estar expresando estos primeros signos. A esta edad los niños responden con sonrisas a los halagos y palabras cariñosas que reciben de su madre y se crea así un primer vínculo social de interacción. «Si ese niño está vinculado y bien relacionado con su madre ya no está dentro de un riesgo del autismo» explica Larbán quien señala que los padres deben estar alerta ante estas primeras señales, que de no existir podría ser un motivo de preocupación.

Si el niño, «que ha nacido para socializarse y constituirse como sujeto», por razones defensivas corta con la comunicación y la relación, la evita y a veces se opone a ella activamente como si negase que uno existiera, podría estar mostrando el segundo signo de esta enfermedad.

En este caso se trata de niños que no miran directamente al interlocutor, tienen una mirada huidiza, periférica y no hacen gestos para que la madre le coja en brazos. «Esto nos demuestra que es un niño que no desea la comunicación, sino que la está rechazando y evitando y todo esto ya se puede detectar a partir de los tres meses de edad», remarcó el psiquiatra. El niño de tres meses ya hace gestos de coparticipar en la relación con el adulto. Responde cuando le llaman por su nombre, se orienta hacia la voz, mientras que un niño con funcionamiento autista «estará más pendiente de un objeto que ha atraído su atención que de alguien que le solicita o le está hablando o llamando la atención», subraya Larbán.

El tercer signo es el rechazo del niño con indicios de autismo con el cuerpo de quien le cuida, que en la mayoría de los casos suele ser la propia madre. «Esto se traduce en una falta de acomodación entre el niño y la madre cuando ésta le coge en brazos. Falta el ajuste postural en el regazo materno, ya que cuando el adulto y normalmente la madre toma el niño en brazos éste se torna hipertónico (rígido) y cuando la madre lo nota afloja el abrazo, pero el niño como tiene miedo a caerse se tensa de nuevo y cuando se nota demasiado apretado en los brazos se afloja tanto que al menor descuido de la madre el niño puede caerse de sus brazos», señala Larbán.

El psiquiatra hizo hincapié en la necesidad de tener en cuenta en las enfermedades mentales el ambiente del paciente, y cómo puede influir el entorno social, profesional o familiar. Considera que no es admisible basar todas las influencias en la herencia genética tal y como apunta la tendencia actual de la comunidad científica. «Lo ambiental predispone pero no predetermina. La genética presenta factores de vulnerabilidad, pero los factores de riesgo que tienen que ver más con lo psicosocial son más importantes. El ambiente es decisivo en los trastornos mentales, sin excluir la genética».