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Opinión | Para empezar

El fango, la desgracia y el rédito político

Hoy hace un año de mi viaje al fango, al silencio y al hedor. Un año desde que, abrumada por las inconcebibles imágenes de ruina y desolación que se prodigaban en periódicos y televisiones, metí unas cajas con ropa y a la niña en mi fiel Fiat Panda y puse rumbo a Valencia sin saber muy bien qué haría una vez allí.

Encontré un grupo por Whatsapp que salía cada mañana desde Alzira para dirigirse al Raval, el barrio más pobre de Algemesí, donde la destrucción era íntegra. Y con ellos compartí unos momentos que, como ya conté en este periódico, me reconciliaron con la especie humana. O por lo menos con parte de ella porque el tiempo ha demostrado un año después que, mientras las personas decentes se preparaban para bajar al barro buscando botas de agua, guantes, escobas y haraganes, otro grupo de gente no tan digna dedicaba las primeras horas posteriores a la destructiva dana que asoló Valencia en octubre de 2024 a buscar excusas, testigos y quehaceres varios para salvar su propio culo político.

En su momento escribí que el barro, en un alarde democrático que maldita la falta que hacía, igualó en la desgracia a pobres y ricos, empresarios y currantes, sanos y enfermos.

Pero me equivoqué a lo grande y así se está viendo con el esperpéntico espectáculo que están dando los políticos de turno. Mazón ha dimitido no porque haya asumido su parte de responsabilidad en la amplitud del drama ni porque se lo hayan pedido los supervivientes. Ha renunciado porque «ya no podía más». ¿No podía más con qué? ¿Con los fantasmas de esas 229 personas ahogadas que se le aparecían por las noches?

El fango creó una línea infranqueable, una frontera, dos mundos paralelos. En un lado están los afectados y los voluntarios que se dejaron los días libres en el trabajo, los ahorros y literalmente la piel, sin pensar en el mañana y, por el otro, las personas en cuyas manos estaba reconducir la tragedia, pero que desde el minuto uno sacaron la calculadora del rédito político y se pusieron a echar cuentas.

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