Opinión | Tres en línea
El reparto de la herencia

Carlos Mazón y Vicent Mompó, el pasado martes / Rober Solsona/EP
Toni Pérez, Vicente Mompó y Marta Barrachina, los tres presidentes provinciales del PP que a su vez presiden también las tres diputaciones, se reunieron el viernes en Alicante con el secretario regional del partido, Juanfran Pérez Llorca, alcalde de Finestrat y síndico portavoz del grupo parlamentario popular en las Corts, y acordaron proponer como candidato en unas próximas elecciones autonómicas al valenciano Mompó.
El movimiento, adelantado por este periódico, es de mucho calado. Primero, porque supone de facto, antes de que él mismo lo anuncie, dar por seguro que en ningún caso Mazón volverá a repetir como candidato. Que los hechos que se han ido sucediendo hayan dejado claro para cualquiera que eso iba a ser así no quita ni un ápice de trascendencia a que los cuadros más importantes del partido en la Comunitat Valenciana se hayan anticipado a rezar el responso por el que aún es su presidente.
Segundo y más trascendente, porque la maniobra de este nuevo G4 no va ni en contra ni en defensa de Mazón. Es un movimiento frente a Madrid, su mala gestión de esta crisis desde que se desató y sus intenciones de imponer soluciones no consensuadas con su organización en la Comunitat Valenciana. Y también, por qué no, es una acción de pura supervivencia de quienes la protagonizan, no vaya a ser que, al mismo tiempo que desde Génova se barre a Mazón, también se les pretenda barrer a ellos, que es lo que parece.
Cuando después del desastre del 29O Mazón no quiso irse y Feijóo no supo echarlo, ambos se metieron y metieron al PP en un angosto camino que cualquiera con un poco menos de sectarismo y un poco más de sentido común podía comprender que iba a ir estrechándose cada vez más hasta llegar a un punto sin retorno. Ese punto en el que dar marcha atrás es imposible pero del que tampoco se puede salir tirando para adelante sin grandes desgarros, ya se ha alcanzado. Por si no era suficiente el pecado original de un presidente de la Generalitat que no estuvo para sus ciudadanos cuando más lo necesitaban y de una consellera de Emergencias tan inepta como la que padecimos; por si no bastaban los enormes errores de actitud y comunicación que el president Mazón y su equipo han ido cometiendo desde el día siguiente de la catástrofe hasta hoy; por si los continuos cambios de versión, la opacidad en las agendas, el borrado de imágenes, la manipulación y la ocultación de grabaciones o la desinformación financiada con fondos públicos no fueran por sí mismos motivo de la más absoluta repulsa; por si el procedimiento judicial no estuviera auto a auto dejando claras las omisiones, las negligencias y las responsabilidades; por si todo eso no fuera ya un sapo imposible de tragar, el Funeral de Estado celebrado al año de la catástrofe ha sido un parteaguas que ha acabado de derribar el castillo de naipes que desde el Palau, con la aquiescencia de la sede nacional del PP en Génova, se había venido construyendo. Rien ne va plus.
Feijóo está tratando el PP de la Comunitat Valenciana, o como una delegación menor de edad, o como una panda de indocumentados, sin voz ni voto. No sé cuál de las dos opciones es peor pero, desde luego, hasta hace nada no ha contado con ella. Y la última ocurrencia fue permitir que hasta València llegara que la solución a estas alturas de Génova era la de que Mazón continuara hasta el 27, pero anunciando ya que no será candidato y nombrando de inmediato una gestora. La jugada la achacan, no a Feijóo, que en este caso se deja llevar, sino a Esteban González Pons, que con ello mataría varios pájaros de un tiro: hacerse con el control del partido mediante las personas propuestas para esa gestora y guardarle el sitio a la alcaldesa de València, que ahora no quiere asumir el papelón de sustituir a Mazón pero en 2027 sí podría acceder a ser la candidata a la Generalitat. Pons, que de hecho está intentando reclutar efectivos en Alicante, la provincia donde cuenta con menos acólitos, tiene convencido a Feijóo de que, si no regenera el partido de arriba abajo, Mazón seguirá controlándolo incluso cuando deje el Palau. Así que todos a la calle.
Pero Feijóo se ha encontrado con que se arriesga a una guerra abierta si sigue ese consejo. Ese G4 formado por los presidentes provinciales y el secretario regional rechaza una gestora y sólo ve tres soluciones: anuncio de Mazón de que no será candidato, pero acompañado de su renuncia como presidente del partido, asunción de sus funciones por el secretario general como marcan los estatutos y convocatoria de un congreso para elegir nuevo presidente, que también sería el candidato; dimisión de Mazón y apertura de un proceso de nueva investidura con el apoyo de Vox; o en última instancia que nadie quiere, elecciones si son inevitables. Como candidato si hay elecciones, todos apoyan a Mompó. Si hubiera nueva investidura, dado que Mompó no podría presentarse a ella por no ser diputado, los cuatro respaldarían a Pérez Llorca.
El caso es cerrar la puerta a una gestora y también cerrársela a María José Catalá y a Esteban González Pons. La alcaldesa de València no tiene consenso para dejar la candidatura al Ayuntamiento y encabezar la de la Generalitat. Menos aún para liderar el PP. González Pons genera entre los actuales dirigentes del partido más rechazo incluso que Pedro Sánchez. Ese es el mensaje que han querido trasladar a Feijóo. Pero debajo de todo ello también hay, como decíamos, una lucha por la propia supervivencia. Con una gestora todos ellos perderían el control, de la organización y de las listas, y a la larga la cabeza. Al fin y al cabo, fue con Mazón con quien llegaron al poder que ahora ostentan.
Todas las alternativas son enormemente complicadas. Que Mazón anuncie ahora, con un año de retraso, que no será candidato no serviría para nada. Y que se mantuviera en el Palau pero dejara paso en el partido sólo produciría una retorcida bicefalia que en el PP jamás ha funcionado. Pero también el nombramiento de una gestora es siempre un pasaporte hacia el fracaso: un partido no puede aspirar a gobernar a los ciudadanos cuando no es capaz de gobernarse a sí mismo.
Por otra parte, investir a Pérez Llorca como nuevo presidente exigiría un acuerdo con Vox con unas condiciones más draconianas de las que la ultraderecha ya viene imponiendo y que, de aceptarse en Valencia, pondrían en un difícil trance el discurso del partido no sólo a escala nacional, sino sobre todo cara a las elecciones en Extremadura, Castilla y León y Andalucía. Pero ir a comicios en la Comunitat Valenciana en estos momentos con Mompó de candidato tampoco arreglaría nada: en medio del desastre que viven, todo indica que, de poder mantener el bloque de derechas la Generalitat, también sería a costa de rendirse a los de Abascal.
Sea como sea, la suerte ya está echada. Mazón, al que apenas hace un par de semanas le preguntaban si pensaba repetir y contestaba con un “dios dirá”, está ya fuera de todas las ecuaciones, salvo la de cómo mantener su aforamiento una vez que no sea jefe del Consell. La declaración de la periodista con la que estuvo comiendo mientras se desbordaban las aguas, en medio de un circo seguro de protestas y cámaras a la entrada del juzgado, diga lo que diga, sólo será un clavo más en el ataúd. Y la ofensiva contra él desatada por la exconsellera Pradas, que ahora no quiere ser la única que se coma el marrón, no hace más que añadir turbiedad a una situación que cada día durante un año no ha dejado de enturbiarse y disparar los nervios de los populares hasta extremos pocas veces vistos.
Todos morimos solos, escribió Orson Wells. Políticamente, también. El president no sé si lo sabe, dentro de la burbuja en la que se encerró. Pero ya nadie está discutiendo por él. De lo que se trata es del reparto de la herencia.
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