Opinión
Puros y champán
Benjamin Netanyahu, el poliacusado por crímenes de guerra nominó para el Nobel de la Paz a Donald Trump, quien cambió por decreto el ‘Departamento de Defensa de Estados Unidos’ por ‘Departamento de Guerra’. Lo que como guion cinematográfico tendría poca credibilidad, es veraz en las noticias de las nueve.
No pudo ser el Nobel, pero el presidente naranja le devolvió la deferencia en su visita a Israel para rubricar en XXL la paz —signifique lo que signifique eso—. Auguró una «era de oro para Israel y Oriente Próximo» y, por alusiones —no a la paz, sino al oro—, se le ocurrió: «Tengo una idea: ¿por qué no le conceden un indulto a Netanyahu? ¡Puros y champán, a quién demonios le importan los puros y champán!», exclamó, en referencia a las acusaciones por soborno y fraude que pesan sobre el matrimonio Netanyahu por haber solicitado oro, joyas, puros y champán —entre otras dádivas de empresarios extranjeros— a cambio de favores comerciales y legislativos.
«Resulta que este caballero de aquí me cae bien», dijo Trump como más pista de cómo podría resolverse la causa. Una sugerencia que, tras los 21.700 millones de dólares que el Gobierno de Estados Unidos ha destinado en ayuda militar a Israel en los dos últimos años, pesa.
No es de extrañar que, en comparación, al presidente reelecto tras ser condenado en firme por 34 delitos le parezca una memez lo que se imputa a los Netanyahu: Cohibas y Moët & Chandon Rosé por un valor de 700.000 séqueles (NIS), esto es, 250.000 dólares al cambio.
Pero Netanyahu sabe que su antecesor, Ehud Olmert, fue condenado por recibir 560.000 NIS (unos 160.000 dólares) en sobornos para favorecer un pelotazo inmobiliario. Un derribo vinculado a la ampliación de un pequeño hotel en Jerusalén descubrió un cementerio de la Edad de Bronce. El proyecto fue paralizado para proteger el patrimonio arqueológico y, posteriormente —milagrosamente— acabó recalificado para levantar Holyland Park: dos rascacielos y siete bloques con un total de 1.200 apartamentos. Y el ex primer ministro sentenciado a prisión y a una multa de un millón de NIS.
Ese sudor frío con el que el actual primer ministro israelí se despierta de madrugada lo explica muy bien el documental ‘Expediente Netanyahu’ (‘The Bibi Files’, 2024), dirigido por Alexis Bloom y disponible en Filmin y Prime Video. Presenta fragmentos de las miles de horas de grabaciones policiales de interrogatorios en la investigación que acabó llevando a su imputación en 2019 por soborno y fraude. Si no está ya entre rejas, tras seis años desde el inicio del juicio, es por las variadas maniobras del poderoso encausado, que ha logrado aplazar el caso con las restricciones impuestas durante la pandemia y, sobre todo, con el estado de emergencia declarado como respuesta militar a Hamás en Gaza.
Porque el atroz asalto del 7 de octubre sí sucedió, pero volvamos a aquellos días previos de 2023. Acorralado y vendido a la extrema derecha como socio de Gobierno, se acumulaban 39 semanas consecutivas de protestas en las que cientos de miles de israelíes salían a las calles para exigir la dimisión de Netanyahu, gritando que nadie está por encima de la ley. Protestaban contra un paquete de reformas destinado a cambiar la composición del Comité de Selección Judicial para que el control sobre el nombramiento de jueces recayera en el gobierno. Rosado y en botella: una reforma hecha a medida para ser él quien eligiera a los jueces que instruyeran su causa. Pero llegó el asalto y, mientras todo se desmoronaba alrededor, las cuatro patas del asiento de Netanyahu se mantuvieron firmes en su burbuja. Cuando la guerra termine —si no se cumple el indulto sugerido por el presidente naranja— enfrentará una pena de hasta tres años por los cargos de fraude y abuso de confianza, y hasta diez por soborno.
Por ello, sus adversarios políticos —y muchos ciudadanos con memoria— acusan a Netanyahu de alimentar una sanguinaria cortina de humo solo para perpetuarse en el poder. ¿Sería capaz de utilizar una guerra, incluso un genocidio, para posponer el proceso judicial que le acecha?
Solo él puede responder si, donde tantos vimos una crisis, quien se juega cambiar el poder por prisión vio una oportunidad.
¡El deleznable asalto de Hamás sucedió! Una vistosa comparsa de alas delta, parapentes, camiones y motocicletas que —pese a su magnitud y a llevar dos años planificándose—, no fue interceptada por los prestigiosos servicios de inteligencia israelíes, y que fue respondida por las fuerzas militares de manera tardía y feroz, causando numerosas muertes civiles en cuanto se activó la ‘doctrina Aníbal’: evitar la captura de rehenes israelíes por las fuerzas enemigas, matándolos si es necesario.
Y el resto es historia. El tiempo dirá si se trata de una historia, trágica, pero finalizada por la paz firmada en XXL, o apenas es otra ficción estratégica en una guerra infinita por la que algunos, en la intimidad… brindan con puros y champán.
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