Opinión | Tribuna
Un verano muy caliente
Llegó julio. Con su calor pegajoso, sus telediarios llenos de hogueras, forestales y políticas, sus abuelos con nietos a cuestas y sus trenes cuando funcionan y es que si hay algo que define el verano en este país no es la playa, ni el gazpacho, ni siquiera la subida del precio del aire acondicionado, es esa sensación generalizada de que todo está a punto de estallar, pero eso sí, con buen humor de meme y en chanclas.
La conciliación de la vida familiar y laboral, por ejemplo, se convierte en estos días en una especie de Tetris doméstico. Padres que hacen equilibrios imposibles entre el teletrabajo y la custodia compartida del Wi-Fi con sus hijos, abuelas reconvertidas en monitoras de tiempo libre sin convenio ni descanso y adolescentes en libertad veraniega, a los que solo se localiza por el brillo de sus pantallas.
Mientras tanto, nuestros trenes, esos medios de transporte místicos que algunos aún aseguran que haberlos, haylos, siguen fieles a su cita con el absurdo. Retrasos, averías, vagones que avanzan a paso de procesión pero sin banda de música ni aire acondicionado, y pasajeros abandonados de un día para otro. No viajas, peregrinas. Y todo sin que te ofrezcan siquiera un «puente» de plata, también, al parecer, en paradero desconocido.
Por otro lado, en plena ola de calor, cuando los termómetros se derriten antes que el helado, uno esperaría un poquito de frescor desde la clase política. Pero no. Ellos también están en su verano particular, ese en el que el ventilador lo usan no para el calor, sino para esparcir escándalos, porque lo otro suena muy escatológico. Corrupción, declaraciones, dimisiones, promesas e incluso golpes de calor con pérdida súbita de memoria. Los hay que olvidan quién se sentaba a su lado hasta hace diez días, aunque estuviera allí diez años, y quienes, por su honor, su honorabilidad y su respeto a la democracia más justiciera, censuraron en su día a golpe de pecho y e-“moción” en mano, lo que hoy se censura sacando pecho, pero sin e-“moción” alguna. Será el calor, las calores o los sillones. Que no son lo mismo.
Eso sí, convendría no olvidar que el verano pasa. Igual que los memes, las calores y los pretextos. Porque cuando los gobiernos nacen no tanto de una lógica democrática como de una aritmética estratégica, donde el objetivo común no es transformar la sociedad, sino gobernar o impedir que gobierne el adversario o asegurar sillones a base de cesiones, el clima generado es el del «todo vale», siendo el resultado un poder que no se ejerce con legitimidad sólida, sino con temor, y el miedo, lejos de garantizar gobernabilidad, lo que garantiza es el chantaje.
Es entonces cuando se impone una lógica de supervivencia política que acaba degradando las instituciones y desconectándolas tanto de la voluntad ciudadana como de la coherencia de los votos y cuando esa coherencia se quiebra sistemáticamente, crece el desencanto, que o bien abre un nuevo ciclo o directamente pasa a la indiferencia, indiferencia, créanme, que sería el mayor de nuestros problemas porque la indiferencia es el alimento del autoritarismo. El verano ya está aquí, y con este calor acalorado en olas o fascículos, no perdamos súbitamente la memoria ni caigamos en la indiferencia, tomemos decisiones coherentes cuando apriete, aunque sudemos, y así el invierno no será otro infierno…. de calor, de calor.
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