Opinión | Para empezar
Ibiza y el «gran reemplazo»
El «gran reemplazo» no es el que se inventan los ultras cuando apelan a tus gónadas, en vez de a tu cerebro, para que puedas sentirte un ser superior con tu piso, tu trabajo y tu vida de mierda. En Ibiza, a éste le pone datos un colectivo tan poco sospechoso como los agentes de la propiedad inmobiliaria. Hasta el 85% de las viviendas las compran no residentes, fundamentalmente extranjeros, explican ante la resignada apatía de la sociedad isleña y el inexplicable silencio de las autoridades locales. ¿Se imaginan que extrapolásemos estos datos a todo el país? El Gobierno ya estaría, o debería estar, planteándose el estado de excepción.
Por supuesto que no quieren echarnos (al menos, no a todos). Solo nos condenan a malvivir. El resort de la Europa que triplica nuestros sueldos también necesita quien les sirva. Y le es bien igual que viva hacinado con diez personas, en una caravana cosida a multas o tirado bajo un puente. Mientras el negocio rule, sálvese quien pueda. Aunque el territorio y los recursos de Ibiza se agotan, no falta suelo, nuevas construcciones, y piscinas, para los que son más ricos que nosotros. El ‘mercado’ reemplaza a enfermeras, conductores, limpiadores, maestros... a la gente que la economía y los servicios públicos precisan, por veraneantes, especuladores, nómadas digitales o hasta narcos. Y se empuja a muchos jóvenes que podrían representar la promesa de un futuro distinto al de ser el bar de Europa a emigrar. ¿Cuántos no regresan después de acabar sus estudios? ¿Cuánta gente valiosa se ha marchado ya?
Porque una respuesta clásica ante las denuncias es «Ibiza no es para todo el mundo». «Si no puedes pagarla, vete» está siendo, incluso, la inhumana solución que dan las instituciones a algún jubilado al que, tras décadas de partirse el lomo en la hostelería, la pensión no le alcanza para el techo: billete de vuelta a una península donde ya no tiene arraigo. «Parece que los de fuera estamos de paso», le decía una trabajadora de Apneef desahuciada de Ibiza a mi compañera Estela hace una semana, y a mí esta frase, en la que englobaría a todos, también nacidos acá, los que no tienen acceso a una vivienda, me impactó. Me recordó cuando, tras la muerte de mi marido ibicenco, una conocida me preguntó: ¿y tú, cuándo te vas de la isla? Me hizo sentir como si los más de 20 años de vida y trabajo que llevaba por aquel entonces aquí fueran basura. Y yo, forastera.
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