Opinión | Tribuna

El chantaje al votante de izquierdas

«Tenemos que garantizar que la gente que quiere vivir y trabajar en su ciudad pueda hacerlo». La frase es del alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, y la dijo en el II Foro Económico y Social del Mediterráneo que Prensa Ibérica ha organizado esta semana en Málaga. En una interesantísima mesa redonda con otros cuatro alcaldes —el de Málaga, Francisco de la Torre; la de Cartagena, Noelia Arroyo; la de Valencia, María José Catalá; y el de Palma, Jaime Martínez Llabrés—, Collboni explicó que para lograr este objetivo es necesario actuar en tres ámbitos: la creación de oportunidades profesionales; la mejora de la calidad de vida (espacio público, servicios públicos, gestionar los efectos en la vida cotidiana del cambio climático) y abordar el problema de acceso a la vivienda.

Los otros cuatro alcaldes, todos ellos del PP, plantearon objetivos, problemas y retos muy similares. No siempre coincidieron con las recetas, dado que sus adscripciones ideológicas son diferentes. Este debería ser el juego político en democracia, reducido a su esencia: diagnóstico común de los objetivos, problemas y retos comunes y después debate, e incluso discusión, sobre las recetas a aplicar. Así funciona cuando el objetivo final es el bien común y alcanzar o permanecer en el poder se convierte en un medio para aplicar políticas, y no un fin en sí mismo.

La mesa redonda de alcaldes en el Foro coincidió con la sesión de control en el Congreso en la que Pedro Sánchez se enzarzó con Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal a cuenta del ‘caso Koldo’, que después fue el ‘caso Ábalos’, ahora ya es el ‘caso Santos Cerdán’ y quién sabe cuántas metamorfosis más experimentará. El contraste entre una conversación y otra es preocupante. La que propuso Collboni bien podría ser un programa de Gobierno, dado que los temas a tratar exceden las competencias municipales. En cambio, la conversación política nacional difícilmente trata estos asuntos.

Y mucho menos ahora, copada por el escándalo de corrupción del PSOE. Del PSOE, sí, y no de unos casos individuales, dado que estamos hablando de los dos últimos secretarios de organización del partido, nombrados por Pedro Sánchez. El caso es aún más grave para Sánchez, dado que llegó al poder gracias a una moción de censura contra Mariano Rajoy por la corrupción en su partido.

Todo es contextualizable (no confundir con justificable). También este escándalo de corrupción en el PSOE. Es verdad que el proceso judicial no ha hecho más que empezar; que el PP tiene su propio historial en absoluto ejemplar; que otros frentes judiciales abiertos son mucho más discutibles; que al Gobierno de Sánchez se le bombardea por todas partes en todo momento por cualquier motivo desde su nacimiento, porque se le ha negado la legitimidad por parte de la derecha política, empresarial y mediática. Siendo cierto, también lo es que el fondo del caso conocido hasta el momento y las formas (Torrente es un intelectual comparado con el trío implicado) es intolerable e insostenible políticamente (judicialmente, los tribunales dirán). El Gobierno, ya débil desde el principio de la legislatura, es ahora inoperante. La idea de dos años más así es alarmante. La encuesta publicada por este grupo editorial en pleno impacto del escándalo muestra los réditos que Vox puede lograr de la idea de que la política es un pozo sin fondo de corrupción, hipócrita y sin escrúpulos que desvelan los audios del ‘caso Koldo, Ábalos y Santos Cerdán’.

A Sánchez le gusta diferenciarse de la forma de actuar de la derecha y la extrema derecha. Le otorga a su discurso un aire de superioridad moral que energiza a su gente y saca de quicio a sus críticos. Nunca ha sido el alma pura que se atribuye y ha contribuido como el que más a la polarización política que padece España. Su reacción al escándalo cava en la fosa en la que boquea la política española: o yo (pese a todo, incluido ahora en ese todo un gran escándalo de corrupción) o la extrema derecha, con todo lo que eso implica. Alienado de gran parte del electorado, Sánchez chantajea a la ciudadanía de izquierdas con una disyuntiva imposible. Ya no hay fuerzas ni ideas para sostener la conversación que propone Collboni. Es la última baza de Sánchez, y no es justo para el electorado de izquierdas. Pero esto no va de justicia, sino de mantenerse en el poder. Para qué y cómo son conversaciones secundarias.

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