Opinión | Tribuna

Indignación aleatoria

He de reconocer que, en un primer momento, el proyecto de convertir un ferry de transporte comercial en un hotel de fin de semana amarrado en el puerto de Ibiza, lanzado por la naviera Trasmed la semana pasada, me produjo la misma indignación, estupor y rabia que, según se desprende de sus declaraciones, le generó al presidente del Consell, a los directivos de la patronal hotelera, a los de la CAEB y a tantos otros.

Los responsables de la compañía marítima, y también los de la Autoridad Portuaria Balear que han autorizado el despropósito –para no variar un ápice en su política de ordeñar los muelles a mansalva–, deben tener la cara de hormigón armado para tratar de vender esta moto averiada a la opinión pública. O no esperaban que se armara este lío o, muy al contrario, su objetivo era enfangar aún más las relaciones con el Consell d’Ibiza, a saber con qué agenda oculta. No olvidemos que ambos andan a la gresca, después de que la institución insular haya acusado a las navieras de no informar a sus pasajeros sobre las nuevas restricciones relacionadas con la entrada de vehículos a la isla.

El producto de Trasmed, que es puramente turístico y no de transporte, pretende traer a Ibiza cada fin de semana de la temporada, a partir del 27 de junio, a 414 viajeros repartidos en los 207 camarotes del ferry ‘Ciudad de Granada’. Saldrían el viernes por la noche desde Valencia, en régimen de alojamiento y desayuno, con servicio diario de limpieza y cambio de toallas, y regresarían a las 13 horas del domingo. En definitiva, un hotel en toda regla.

La compañía ha defendido la iniciativa con argumentos tan sólidos como que se trata de una escapada «diferente, cómoda y flexible, pensada para quienes quieren aprovechar al máximo cada minuto del fin de semana». Ha añadido también que «conecta las Balears de forma innovadora, accesible y cómoda», permitiendo además «disfrutar de la magia» de las islas «de manera exclusiva, asequible y responsable».

La «magia» que no falte, que siempre vende bien. Sólo les ha faltado añadir la palabra «barato», que es el concepto que realmente garantiza el éxito del paquete turístico. A pesar de la cutrez que puede presuponérseles a los camarotes de dicho buque, al menos si son parecidos a otros que cubren la misma línea y en los que he tenido la experiencia de pernoctar, los turistas se ahorrarán un pico. La estancia les sale por 200 euros la noche, mientras que, en la isla, los precios se han hinchado hasta los 372 euros de media por habitación, lo que constituye un verdadero abuso y hace que venir a la isla, para una familia de clase media, se convierta en una absoluta estafa.

El Consell no tardó ni 24 horas en calificar la oferta comercial de «inaceptable» y acusó a la compañía de lo evidente; es decir, de querer funcionar como «un hotel encubierto». Para mayor recochineo, el Govern balear, que se ha posicionado al lado del Consell y ha pedido a la APB que anule la autorización, confirma que los huéspedes de Trasmed no tendrán que pagar el Impuesto de Turismo Sostenible, que sí deben sufragar quienes se alojan en los hoteles regulares y en los cruceros, por un vacío legal. Hasta la fecha, de hecho, nadie ha acusado a la naviera o a la APB de operar en la ilegalidad, ya que las normas no impiden esta iniciativa. Pero, claro, no siempre los negocios resultan adecuados y tolerables, aunque se sitúen en los márgenes de la ley.

Lo que sí sorprende, una vez analizada la cuestión con cierta frialdad, es que el Consell se sulfure tanto con esta idea de convertir ferrys en hoteles, utilizando argumentos como la competencia deseal, y, sin embargo, no rechiste sobre otras cuestiones que, como mínimo, generan la misma controversia y mucho más malestar en la ciudadanía. Por ejemplo, que las piscinas de los hoteles, los chiringuitos de playa y hasta los alojamientos rurales se conviertan en discotecas, amparándose también en los vacíos legales, cuando el propio Consell es el organismo competente para regular un sector que vive en la anarquía y rehúye hacerlo hasta el extremo de ni siquiera atreverse a nombrar el asunto, pese a que en su momento el presidente adquirió públicamente el compromiso de solucionarlo.

Con esta reacción, al igual que con la presión sobre los alquileres turísticos ilegales, la máxima institución ibicenca ha defendido los intereses del sector hotelero con uñas y dientes, pero no le hemos escuchado la más leve crítica ni petición hacia éste para que modere sus precios, que contribuyen de forma notoria a la terrible inflación que afecta a esta isla, tanto de manera directa como indirecta. Lo dicho; la indignación en esta isla resulta de lo más aleatoria.

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