Opinión | Para empezar

Esa gente que malvive en Ibiza

Entiendo perfectamente las quejas de los vecinos de los alrededores de Can Rova II por no poder usar los contenedores. Es frustrante bajar a la calle con tus bolsas de basura perfectamente reciclada y encontrar que no hay dónde dejarlas. A los que vivimos en la plaza del Parque de Vila también nos pasa. No hay día en que a las ocho de la tarde el de plásticos no esté ya lleno y dos de cada tres, los bolsones de los negocios de la zona obturan la tapa de los de rechazo. Además de que no es aconsejable acercarse allí en chanclas porque se han convertido en urinario popular. En Platja d’en Bossa, en cambio, me dice Marta que los turistas de los apartamentos entre fiesta y fiesta dejan su mierda en el portal, como están acostumbrados a hacer un su país, aromatizando el barrio. Pero ellos pueden permitirse pagar los precios por los pisos que ocupan en sus vacaciones y que han expulsado a muchas familias. No causan «alarma social», como los que habitan infraviviendas o los sintecho.

¿Qué miseria debes cobrar para que, tras una vida de trabajo, tengas que decidir entre la cesta de la compra o un trayecto en taxi a Can Misses? Todos sabemos que en Ibiza hay abuelos alimentándose de pan y pasta porque no les llega para más y que ocultan su pobreza por pudor. En invierno, manta; en verano, abanico, y contando cada céntimo en el súper. No digo que éste sea el caso de Carmen y su marido, que ignoro, pero es tremendo que un hombre que ha sufrido un ictus, con sus graves secuelas, lleve dos semanas sin ir a rehabilitación porque el Ib-Salut ha suspendido el transporte sanitario programado. Cualquier malpensado diría que «las ambulancias son para los turistas», y sería falso. El servicio se gestiona con criterios rigurosos que priorizan, como no podía ser de otra manera, las urgencias. Simplemente es que es nefasto, con vehículos vetustos hasta la intoxicación, y ridículo para una población que se multiplica en temporada. Da vergüenza.

Hoy hay una manifestación por el derecho a una vida digna en Ibiza. Puedes secundarla o abuchearla y sumarte al coro que aplaude el lujo ajeno. Nadie te lo echará en cara. Preocuparse por los desheredados, por los cadáveres de migrantes, por los enfermos en el abandono o por el daño ecológico empieza a verse como un «buenismo» desfasado. La onda es ahora «empatizar» con los más ricos que tú. Y tragarse el cuento de que para ellos cuentas.

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