Opinión | Tribuna

Paseo por universos cítricos

Escribir es un ejercicio y ponerte delante de una hoja en blanco es como sacar al “conejito de la chistera”. Silencio y escucha. ¿Qué quiero contar? De nuevo el silencio. Vale, así vamos bien.

En estas estaba cuando llegó revoloteando un aroma dulce y profundo.

“El dulce aroma, ¿de qué flor vendrá?”.

Reconozco al momento que es el inconfundible perfume de las flores de azahar y como siempre escribo sobre lo que vivo y me entusiasma, pues el aviso aéreo me lo deja claro: las lecturas de ‘El país donde florece el limonero’ de Helena Attlee y ‘Quisiera crear un jardín’ de Vicente Todolí.

Es la magia de la lectura que me permite vivir otras vidas y estos libros y sus autores ya son compañeros de viaje, en este caso por el amplio universo de los cítricos ya que llevan siglos ligados a los seres humanos y porque son un auténtico tesoro.

El de Helena Attlee lo leí hace algunos años y fue un regalazo de lectura que sigue por casa encima de alguna mesa, para volver a ser hojeado en cualquier momento. Esta autora experta en jardines y enamorada de los cítricos, nos hace viajar por historias del pasado y también de la actualidad de estas prodigiosas frutas, deteniéndose de Norte a Sur por Italia, como no podía ser de otra manera.

Es tal la vastedad de su libro que es imposible abarcarlo en este pequeño escrito pues es un viaje botánico, antropológico, histórico, etc., y me conformaría con lograr transmitir mi continua sorpresa por las historias que cuenta y como hasta la última página, sigue alimentando mi insaciable curiosidad.

Cuenta que los limones crecieron por primera vez por las estribaciones del Himalaya y que las naranjas provendrían de Assan y Birmania, aunque dice que según estudios más recientes de botánicos que están trabajando en la región china de Yunnan, han encontrado primitivos cítricos que da razones para creer que muchas especies de naranjas son originarias de China.

No quisiera extenderme y acabo de empezar, por lo que solo mencionaré que en su libro se detiene sobre todo en Toscana, Sicilia, Nápoles, Liguria, Calabria, Lago di Garda...etc. Así mencionará a los Medici y su conexión con el arte y los cítricos, a los comienzos de la mafia (en dialecto de Palermo esta palabra significa valiente y guapo) que se hizo con el comercio y el control total de la producción de cítricos desde el XIX a los comienzos del XX, y ya sabemos de qué manera.

El viaje continúa entre perfumes (bergamota, neroli de las naranjas amargas) , elementos culinarios y bebidas ( frutas escarchadas que se rifan en toda Italia para hacer un buen panettone, el Chinotto ), jardines, historia, etc.

Después de este maravilloso viaje en el cual no debo detenerme más, terminé desembarcando en un pueblo de Valencia llamado Palmera, que pertenece a la comarca de la Safor.

Visité con mi hermano un museo frutal con más de 400 variedades de cítricos hará unos tres años. Su fundador y su “genius loci” es Vicente Todolí. Solo hay que pedir cita y te regalan un viaje multisensorial y único y ese lugar lo tenemos aquí al lado. Lo recomiendo y si puede ser en primavera, mejor, aunque cualquier estación te reserva sorpresas.

Vicente Todolí cuenta en su libro editado este mismo año, que ha dedicado toda su vida a los museos y como experto en arte moderno y contemporáneo, dirigió durante siete años (no estuvo más por decisión propia) la Tate Modern de Londres, se ocupó de la dirección artística del Instituto Valenciano de arte moderno o del Museo Serralves en Oporto, etc.

De toda esa parte del libro he de decir que me asombra su trayectoria laboral, pero una no tiene ni idea de esos mundos museísticos y menos de su gestión por lo que no puedo decir ni pío, si bien me atrevo a subrayar que en el retrato que va haciendo de él mismo y su trayectoria vital, se entiende que es una persona muy valiente, curiosa y libre, que busca estar tranquilo rodeado de silencio y permitirse seguir haciendo lo que más le gusta, lo cual es admirable.

Pero su infancia fueron los cítricos de los huertos familiares.

La mía fueron las flores porque a mi madre le encantaban y de su mano, bailaban como duendecillos los nombres que me iba diciendo: heliotropos, lilas, rosa de terciopelo...etc. Éstas fueron mis primeras maestras de la belleza y del juego. Hacíamos collares con frutos rojos (hoy reconozco que eran de Pyracantha), secaba las hojas de los membrillos, hacía aguas de flores (olían fatal a los cinco días), le regalaba ramitos que iba tejiendo con autentico mimo, etc.

Me siento muy identificada cuando el filósofo Byung-Chul Han dice en su libro ‘Loa a la tierra’ (otro precioso libro sobre su jardín de invierno) que “supone una traición a las flores tenerlas en el jardín sin conocer sus nombres”. Pues sí, no sé si así lo sentirán las flores, pero para mí es muy importante identificarlas, porque entre otras cosas, su propia etimología ya me está hablando de sus cualidades y virtudes.

Bueno que me enredo y no es de mí de quien quería hablar.

Volviendo al museo frutal en Palmera, allí desfilaron cítricos de todo el mundo con formas, colores y aromas inimaginables: cidras (entre ellas la Etrog, pero necesitaría otro escrito solo para hablar de la festividad judía del Sucot y la compra de ellas en Calabria), limas, naranjas sanguinas, yuzus, pomelos...etc. Un auténtico festival y una lección al aire libre, pisando la tierra y sin olvidar el placer de seguir aprendiendo, que es una de las cosas que más me alegra y emociona.

Por todo ello (no puedo extenderme más, si no ni me publican este articulillo), tengo que agradecer este viaje que me han proporcionado, y que me devuelve a mi propio jardín que es donde una busca estar y en donde me siento más cerca de todos los demás seres humanos... y también de los dioses, aunque cueste creerlo.

Este artículo se lo dedico a Ramón Canet, con todo mi afecto y agradecimiento.

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