Opinión | Para empezar

No nos pagan por eso

Anoche, mientras los berridos de un grupo de turistas borrachos escalaban las cinco plantas de mi edificio para metérsenos en la cama, otra madrugada más, pensaba en que a mí no me pagan por aguantar eso. Que su vuelo en Ryanair, o en primera, que tanto me da, y sus facturas de hotel (si tenemos suerte y no han optado por la «libertad» de alojarse en lo que antes fue una vivienda familiar) y copas (las drogas van en negro) no les dan ningún derecho a pisotear los nuestros. Y esto va también por los bares, ‘hoteles’ musicales, party boats y demás ralea que abrevan o jalean el escándalo, y a los vecinos que les den. Su cuenta de resultados no es la nuestra.

Aquí se nos ha repetido hasta la saciedad que, como malvivimos del turismo, debemos aguantar, y lo han hecho con tanto éxito que habíamos llegado a interiorizar que es normal que no se nos respete en temporada. Porque ya da igual donde vivas, en el centro del pueblo o en medio del campo, Ibiza es una isla de fiesta non stop en la que, en cualquier momento, la villa más próxima se te puede convertir en un antro con cientos de asistentes al sarao y una potencia de altavoces digna de un estadio, y donde el voto del Ibiza Rocks vale más que los de 400 vecinos. Y si aún tienes la suerte de poder dormir con las ventanas abiertas, te los encontrarás igualmente en las saturadas carreteras, donde los borrachos se multiplican en verano y prácticamente no hay ciclista que salga a entrenar en ellas sin miedo.

Somos los que sirven. Una población fantasma para quienes se benefician del descontrol que parece estar aquí solo para atender las necesidades y caprichos del turismo (en tanto los robots no sean una opción). Los empleados de un parque temático sin voz porque «nos da de comer». Y esto podía funcionar cuando los beneficios de esta industria redundaban en la población más que sus cargas. Pero es que cada vez somos más pobres, con unos precios disparados y un mercado inmobiliario que agota el suelo que no hay en promociones para ricos y segundas residencias, y engulle el futuro de muchos de los hijos de la tierra. Puedo tragar con noches en blanco (aunque no debería), pero no con la obscenidad en que se ha convertido esta Ibiza de contrastes entre la exhibición más impúdica del lujo y un chabolismo brutal. Nos vemos en la manifestación del día 15.

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