Opinión | Tribuna
Pedro Juan Ribas
Formentera, el espejo que no podemos seguir ignorando
Durante años, muchos han mirado a Formentera como la hermana pequeña de Ibiza: más discreta, más tranquila, y en apariencia menos relevante. Pero quien observe con atención descubrirá que, en materia de gestión pública, Formentera ha sido una isla pionera. Un espejo incómodo en el que Ibiza, cada vez más, se ve obligada a mirarse.
Un ejemplo simbólico lo vivimos hace años, cuando una turista suiza denunció a un ganadero de Formentera por maltrato animal. ¿Su argumento? Las cabras llevaban “traves”, una técnica ancestral usada en las Pitiusas para controlar al ganado. Lejos de ceder, Formentera defendió con firmeza, que esa práctica no solo no era maltrato, sino parte de su identidad cultural. Y ganó. Fue un ejercicio de dignidad institucional y de defensa de lo propio que, en aquel momento, tambien benefició a ganaderos de Ibiza.
Más recientemente, el problema de la saturación turística puso a Formentera ante una decisión difícil: limitar la entrada de vehículos. Y lo hizo. A pesar de las críticas iniciales, la medida funcionó. Años después, Ibiza se ha visto obligada a seguir el mismo camino. De nuevo, Formentera marcando el paso.
Lo mismo ocurre con los residuos. Formentera, consciente de sus limitaciones físicas y logísticas, tomó una decisión práctica: enviar su basura a Ibiza. Hoy, es Ibiza la que estudia hacer lo propio, ante la imposibilidad de gestionar todo el volumen de residuos que genera. El espejo vuelve a mostrar un reflejo adelantado.
Y llegamos al punto clave: el modelo de construcción. Formentera no tiene aridos que extraer, ni montañas que sacrificar para alimentar la industria. No hay canteras. Pero no por eso ha renunciado a crecer de forma ordenada. Los áridos se traen de fuera de la Isla. No es un capricho: es una decisión consciente para evitar erosionar aún más un territorio ya limitado. De hecho, la empresa encargada de asfaltar la autovía de Sant Antoni —y otros muchos viales en Ibiza— también optó por importar áridos del exterior, porque resultaba más económico y eficiente que seguir extrayendo de nuestras montañas.
Y lo más revelador: a pesar de depender de material importado, la vivienda en Formentera no es más cara que en Ibiza. ¿Cómo se explica esto? Tal vez porque la planificación, la sostenibilidad y el respeto por el entorno no encarecen el precio... sino que lo estabilizan.
Por todo esto, ha llegado el momento de hacer una reflexión seria. El sector de la construcción en Ibiza no puede seguir mirando hacia otro lado. No podemos justificar más aperturas de canteras ni más destrucción de montañas con la excusa del desarrollo. Lo que necesitamos no son más canteras ni pedreras, sino más sentido común. Lo que hace falta es reinventar el modelo, dejar atrás la lógica del “todo vale” y apostar, de una vez por todas, por la protección del patrimonio natural que aún nos queda.
Formentera ha demostrado que se puede. Que se puede crecer sin destruir. Que se puede gestionar sin abusar. Y que el futuro no pasa por explotar más, sino por respetar más. El espejo está ahí. Y no podemos seguir evitando nuestra propia imagen.
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