Opinión | Tribuna
El pediatra amonestado
Hay ‘momentos Labordeta’, así llamados en memoria del cantautor que mandó «a la mierda» desde la tribuna de oradores del Congreso a los diputados del Partido Popular que se mofaban de él y le interrumpían. Corría el año 2003, pero los conservadores aún no habían interiorizado su obligación de respetar como iguales a personas como el representante de la Chunta Aragonesista cuando se encontraban en el uso de la palabra. En los ‘momentos Labordeta’ se pone en su sitio a prójimos que se creen por encima del resto y consideran que tienen más derecho a ocupar determinados espacios. También hay ‘momentos Fernán Gómez’, como el gran actor, dramaturgo y novelista que hace casi tres décadas envió «a la mierda» a un admirador que le insistía en que le firmara un libro, por mucho que el enervado autor le había reiterado que no quería. En los ‘momentos Fernán Gómez’, se ponen por las malas límites a gentes invasivas que te quieren llevar al huerto desde el amor, la literalidad de la norma o su narcisismo. Resulta muy recomendable, por salud mental, visionar cada cierto tiempo los vídeos de Labordeta y Fernán Gómez, e incluso imitarles ensayando delante del espejo; ahora se escriben libros enteros sobre el arte de decir que no, pero no sé si «no» y «a la mierda» logran el mismo nivel de placer justiciero. Hay un pediatra que es mi ídolo, y que ha tenido estos días un ‘momento Labordeta’ sumado a un ‘momento Fernan Gómez’. Es decir, alguien que se considera revestido de superior criterio y en posesión de la razón burocrática le ha tocado las narices. Él ha proferido un educado «basta» y se ha tomado un descanso.
Este doctor especialista en medicina infantil se llama Jesús Sánchez Etxaniz, y trabaja en el hospital vizcaíno de Cruces, perteneciente al servicio vasco de salud. Se ocupa desde hace trece años de proporcionar cuidados paliativos a niños aquejados de cáncer en sus últimos estadios. Vela por los pequeños y sus familias, les acompaña; junto a su equipo de sanitarios y psicólogos conforman la presencia sanadora y luminosa que cualquier ser humano desea en ese trance inimaginablemente horrible. Este profesional se ha mostrado «enfadado, rabioso y decepcionado con mis superiores jerárquicos, cansado de dar cabezazos contra un muro» porque al día siguiente del fallecimiento de una paciente de cuatro años, recibió una amonestación por atenderla «fuera del horario oficial». En efecto, su equipo había visitado de madrugada a la familia de la cría y lejos de recibir una felicitación por su entrega, se le requirió por emplear recursos del hospital más allá del turno establecido. Hay que morirse de ocho a tres y en día laborable. Luego nos sorprendemos de que los médicos que aprueban el MIR prefieran ser dermatólogos y cirujanos plásticos que pediatras. Posiblemente, el jefe de Sánchez Etxaniz que le husmea el kilometraje cree que está cumpliendo con su obligación de vigilar los bienes públicos, una labor para la cual no es requisito indispensable la empatía. Pero por la relevancia que ha adquirido el caso, el escándalo que supone que se persiga a profesionales que cuidan a una niña que agoniza cuando los dineros de los impuestos se despilfarran de tantas formas vergonzosas, no parece que la cosa haya sido rentable. Ha tenido que salir el consejero de salud a asegurar que no fue una amonestación sino una «comunicación de forma preventiva», para luego recular. A la mierda.
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