Opinión | Tribuna

Ibiza y Formentera, artificiales

El último reducto ha sucumbido, siguiendo la huella de Ibiza, que en esto del escaparate vacío ofrece ‘master class’ avanzadas

Sigue siendo un placer escuchar a Pink Floyd, ‘The Wall’, a la sombra de la Fonda Pepe con una brisa que justo te acaricia la piel, una melodía que hace décadas encandiló a una generación en este mismo lugar. Sí, se pone el sol y estamos en Formentera. Es el llamado último paraíso del Mediterráneo, el lugar donde la naturaleza más radical se ha hecho un hueco y donde ‘lo natural y auténtico’ se vende sin remilgos. De tanto amar a esta roca abrasada por el sol, la hemos convertido en todo lo contrario. Un artificio del mercado. Formentera es ya una isla artificial. El último reducto ha sucumbido, siguiendo la huella de Ibiza, que en esto del escaparate vacío ofrece ‘master class’ avanzadas. Sé que esta frase será criticada, pero la asumo.

Hemos perdido el criterio e inoxerablemente el dinero nos ha llevado a estos derroteros sin remedio, estamos en caída libre, como el mercado del lujo que no arrastra cultura y que nos inventamos cada día.

Ahora, suenan las campanas de la iglesia de Sant Ferran, llaman a misa. Eso me hace recordar que es innegable que la evolución de estas dos islas, económica y socialmente, ha sido exponencial en el último cuarto de siglo. El resultado es que por el camino trazado por las fortunas, grandes y pequeñas, hemos ganado patrimonio y dinero a costa de perder identidad y dignidad, aunque duela reconocerlo.

Por cierto, ya puestos y con el debido respeto, pienso que nuestra querida isla vecina, Ibiza, nos ha marcado el camino, por lo menos a una importante parte de nuestro tejido empresarial. El brillo del metal se refleja en esas once millas náuticas que nos unen y que convierten a Formentera en la playa de Ibiza. Pero aquí, no nos podemos quejar, el negocio funciona a base de artificio y solo lo ‘natural’ aparece en los anuncios. Bendita sean Formentera y Ibiza artificiales en manos de mercaderes que las estrujan como una naranja, se quedan con el rico zumo y dejan la cáscara para que, como siempre, la recojamos nosotros y así intentar, sin conseguirlo, mantener unas islas naturales y, se me olvidaba, ‘sostenibles’. Bienvenidos a la nueva era, esto sigue y va a más.

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