Opinión | Desde la Mola
Menú a seis manos
Era un 28 de julio; aquel miércoles de final de mes de María (colegio religioso) o los patios en Córdoba. En Formentera abría sus puertas El Pecador, restaurante gastronómico de Nandu Jubany (con Fran Jiménez al frente) con un menú a «seis manos» que no es otra cosa que compartir cocina con algunos «estrellados» que además son amigos. En este caso, el valenciano Ricard Camarena, que ya tiene dos, y Javier Sanz, de Cañitas Maite en la albaceteña Casas-Ibáñez. Como ven, un mar y montaña en un presuntuoso «paraíso del mediterráneo» que es lo que representa que somos…
El día anterior, martes 27, este escribidor, por prescripción facultativa, estaba en el taller de chapa y pintura (quirófano de Can Misses) para una cirugía (sin pormenores, que a nadie le interesa). Sí quisiera comentarles la experiencia anímica de todo este proceso. Llegas en una camilla hasta un clasificador de objetos oscuros de los bisturí. Un grupo de enfermeras, auxiliares y celadores (femenino y masculino, no se nos vaya a enfadar Yolanda Díaz) se mueven a son de ordenadores, papeles pautados, preparándote para el sacrificio en el altar de Abraham (ya designado previamente). A eso de las nueve le preguntas (a modo de susurro) a la enfermera con la que has cogido confianza: ¿ya habéis desayunado? Es que a esas horas llevan rato preparando la mise en place y a lo mejor con ayuno involuntario (no sea que afecte al estado de ánimo). Después de la dispersión (cada mochuelo a su olivo o a su quirófano), los «pacientes», derivados de paciencia, son repartidos a una temperatura extrema (te protegen con una mantita, no sea qué). En la sala (no confundir con el Bullí), el primero que te ve es el somelier (anestesista, de Entrerríos, para más señas), que te ofrece un cóctel protocolario. Te deja insensible de cintura para abajo y comienza la preparación del menú (en este caso tú) también a seis manos… aquí el sonido es el protagonista de un cuento a Allan Poe, donde se mezclan percutores con broca del 55, radiales y un martillo pilón que te pone los pelos de punta (no, porque te han rasurado antes de llegar a sus manos) y te estremece los sentidos. Todo sin nada de daño irreparable. Cuando se cierra el «guiso» sin horno añadido…con la misma celeridad que empezó, los actores desaparecen y te llevan a un chiquero como «toro indultado». Rehabilitado en todos los sentidos te devuelven a toriles y luego al campo de la Mola a reponerte. Bendita sanidad pública que se ganan cada día las tres estrellas en el ánimo del paciente.
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