Opinión | Tribuna

Quebrar la lengua

El ‘procés’ no hubiera conseguido ser el motor emocional de una mayoría política sin la ayuda inestimable del PP. Desde la oposición, se dedicó a incendiar España, situando a Catalunya en el centro de su diana. ¿Dormirán todavía en un almacén madrileño las 876 cajas azules con los cuatro millones de firmas que recogieron contra el Estatut? Corría el año 2006, la pedagogía contra los catalanes insolidarios, ladrones y traidores fue todo un éxito. Rajoy alcanzó la presidencia en diciembre de 2011. Con él, llegó el ministro Wert y su voluntad de “españolizar a los niños catalanes”. Ya sabían: dilapidar la convivencia a costa de menospreciar a Catalunya daba réditos políticos.

Ahora, el PP ha movido sus hilos para frenar la oficialidad del catalán, el euskera y el gallego en la UE. Por ahora, la votación ha sido pospuesta. Pueden entenderse las dudas de otros países sobre la medida, pero resulta pasmoso e injustificable el intento de sabotaje de los de Feijóo. Es posible que haya actuado por puro tacticismo: poner la zancadilla a los socialistas, incidir en la idea de que son prisioneros de los independentistas y dejar en evidencia su influencia en Europa. La gravedad de su estrategia no es tanto la incidencia real que puede o no haber tenido en la votación, sino la falta de escrúpulos que ha exhibido al utilizar las lenguas para fines espurios. Lo que queda es, de nuevo, la pedagogía del desprecio.

¿A quién defiende el PP? ¿Qué idea de patria promueven? Por sus acciones pasadas y actuales es evidente: la España del conflicto. La exaltación de una visión centralista y la humillación de la diferencia. Una España mutilada que no es espejo de la realidad, sino reflejo de un ánimo castrador y cicatero. Las lenguas son riqueza y convivencia, historia y cultura. Trazan un mapa emocional que forma parte de la identidad personal. Menospreciarlas entronca con un pasado de infausto recuerdo. Una herencia política de la que, por voluntad propia, el PP no parece interesado en repudiar.

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