Opinión | Una ibicenca fuera de ibiza

Los hechos

“La gente no quiere estar informada, sino creer que lo está”. La cita es de Roger Ailes, Presidente de Fox News hasta abandonar el cargo tras ser acusado por 23 mujeres de acoso sexual. Marty Baron, siendo director de The Washington Post iba aún más lejos: “Pero, cuando te informas, estás aprendiendo, y aprender implica la posibilidad de que descubras que cosas que creías que eran verdad no lo sean. Hay que mirar la evidencia, los hechos”. Coincidían ambos, sin embargo, en una teoría: Ailes, pionero de las fake news, detectó que la prensa rigurosa estaba destinada a una élite. Son muy pocos los realmente interesados en informarse, entre una masa que busca respaldar sus prejuicios o... entretenerse. Desde entonces, los hechos dejaron de ser la verdad para pasar a una mera opinión equiparable a cualquier otra. En palabras de Baron: “Hoy en día ni siquiera podemos ponernos de acuerdo en lo que es un hecho. Y eso es triste”.

Por ejemplo, Gaza: hay un invasor y un invadido; hay un agresor y un agredido. No es una opinión. Es un hecho. Pero permítanme enmarcarlo entre otros hechos y otras muchas cosas que no son hechos en absoluto.

Israel, para el judaísmo, es «Eretz Israel» (Tierra Prometida). Según el Génesis —para los cristianos, el primer libro del Antiguo Testamento; para los judíos el primero de la Torá— sería la tierra otorgada por Dios a los judíos como herencia:

Génesis 15:18:

“En aquel día el Señor hizo un pacto con Abraham: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el Éufrates”.

El problema es que no existe ninguna ley internacional que reconozca como legítimo el derecho de anexar territorio basándose en textos religiosos, sea la Biblia o cualquier otro.

Pero es que aquellos primeros “descendientes de Abraham” fueron sus hijos: Ismael e Isaac. Este último sería padre de Jacob, quien luchó desde el vientre de su madre con su mellizo Esaú, y al que acabaría comprando la primogenitura por un plato de lentejas, profetizando así “la lucha de dos pueblos”. Ya en la versión judía de esta historia, un día se apareció a Jacob, Elohim, Dios de Israel, le cambió el nombre a Israel y le ordenó: “ten muchos hijos y descendientes. De ti saldrá una nación y muchos pueblos”. Mientras, del primogénito de Abraham, Ismael, nacerían los ismaelitas, estableciéndose entre Egipto y el golfo Pérsico. Según el Islam, Ismael es el ancestro de los árabes y antepasado directo de Mahoma. Por tanto, desde la narrativa bíblica, judíos y árabes comparten más que ser “descendientes de Abraham”. ¡Son hermanos! Algo que, además del Génesis, respalda la ciencia. En concreto los estudios del genetista Eran Elhaik sobre ADN mitocondrial y cromosomas en poblaciones del Oriente Medio revelaron una ascendencia compartida entre judíos y palestinos.

Ambos son, por lo mismo, semitas —pueblos hablantes de lenguas semíticas como el árabe, el hebreo o el arameo—. También lo son, según el Génesis, los descendientes de Sem, uno de los hijos de Noé. Abraham es descendiente directo de Sem. Por eso, calificar de “antisemitismo” la denuncia de un genocidio no solo es un error: es una falacia maliciosamente intencionada.

Pero sí es antisionismo —oposición al sionismo, movimiento político que reclama el derecho a un Estado judío en la Tierra de Israel en base a vínculos históricos remotos y discutidos—. Un antisionismo que también comparten muchos judíos ortodoxos, quienes defienden las leyes y normas escritas en la Torá y el Talmud, el libro que compila la tradición oral y las normas del judaísmo, donde se recogen los ‘Tres Decretos’:

“1. Los judíos no deben intentar regresar a la Tierra de Israel usando la fuerza, sino esperar pacientemente la llegada del Mesías.

2. Los judíos no deben rebelarse contra otras naciones.

3. Los judíos no deben retrasar la llegada del Mesías con sus pecados y malas acciones, sino esforzarse por vivir una vida justa para que su llegada sea más cercana”.

Y finalmente, el libro al que sí debemos agarrarnos todos. Y cumplirlo: el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional de 1998. Este define como ‘genocidio’ a “cualquiera de los actos perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”, como la “lesión grave a la integridad física o mental de sus miembros” o el “sometimiento intencional a condiciones de existencia que acarreen su destrucción física, total o parcial”. Define también ‘crímenes de lesa humanidad’ como “cualquiera de los actos que se cometan como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil”, tales como “deportación o traslado forzoso de población sin motivos autorizados por el derecho internacional” o “privación del acceso a alimentos o medicinas, entre otras, encaminadas a causar la destrucción de parte de una población” .

Y parafraseando a Marty Baron: si ni siquiera podemos ponernos de acuerdo en que estos crímenes son un hecho… Es muy triste.

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