Opinión | Tribuna
Playas de usar y tirar
Preferimos dejar que nuestro patrimonio se autogestione
Parece que hay algo que en Ibiza y Formentera aún no se ha entendido del todo: las playas y calas no son solo bonitas posts para Instagram ni decorado de fondo para selfies con mojito en mano. No. Son EL PATRIMONIO. Así, con mayúsculas. Pero, a diferencia de Roma, Madrid o Barcelona, donde se destinan millones a preservar su historia y arquitectura, aquí preferimos dejar que nuestro patrimonio se autogestione, como si el mar pudiera absorber nuestra mala praxis.
Eso sí, no se puede decir que no haya algún intento. Hay alguna barquita por ahí que gestiona el fondeo sobre la posidonia, y otra que, si tienes suerte, la ves recogiendo algo de plástico. Un gran despliegue para cuidar el mayor tesoro natural de las islas. Y con eso, carpetazo y a construir más viviendas.
El Parque Natural de ses Salines, único en las islas, se ha convertido en el ejemplo perfecto de lo que no debe ser un espacio protegido. En cualquier otra parte de España, o incluso en nuestras vecinas Menorca y Mallorca, los parques naturales tienen control de aforo, personal de vigilancia, y hasta barreras que se bajan para evitar el exceso de coches. Aquí, en cambio, lo que baja es la calidad ambiental cada año que pasa.
Yo mismo aprendí una gran lección el año pasado en Cala Pregonda, en Menorca. Pensé que era buena idea embadurnarme con arcilla para una sesión de exfoliación natural, hasta que una agente me informó, con severidad, de que estaba cometiendo un delito ambiental. Al parecer, romper una pared natural y luego meterse en aguas someras con el cuerpo lleno de barro no es la mejor forma de contribuir a la conservación, ya que el barro intoxica los peces y las algas.
Ahora compárese esto con Espalmador, donde decenas, cuando no cientos, de turistas hacen exactamente eso todos los días de verano, sin que nadie diga ni mu. Porque aquí no hace falta vigilancia: todo se soluciona con concienciación, esa palabra mágica que no sé muy bien qué viene a significar.
Y así seguimos, sin barreras en los accesos, sin control de vehículos, sin agentes de vigilancia y, claro, con colillas y plásticos en cada rincón. Pero es evidente que de facto nos da un poco igual mientras haya una buena puesta de sol y un chiringuito abierto.
La gestión del patrimonio natural debería extenderse por toda la isla, incluso sin necesidad de etiquetas de reserva o parque. Porque, nos guste o no, de eso vivimos. Y cuando uno vive de algo, lo cuida.
No hace falta ser ducho para entenderlo. Solo que no se quejen cuando no quede playa para vender.
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