Opinión | Tribuna
Jane Goodall
Se ha convertido en un modelo, no solo porque sea mujer y haya roto muchas barreras, sino también porque no abandona el entusiasmo
Hace mucho, cuando aún quedaba espacio libre en una casa llena de libros y juguetes, solía recortar los artículos o las fotos que me gustaban y los colocaba en un lugar bien visible. Así, cuando andaba falta de inspiración, solo tenía que elegir uno de ellos y buscar el hilo del que tirar para tejer una historia. Como ya no quedan huecos, no había vuelto a hacerlo, hasta que el domingo leí las entrevistas a Jane Goodall, la maravillosa mujer que ha dedicado su vida a la defensa de los primates, y supe que tenía que retomar mi vieja costumbre.
He recortado su foto para mirarla cada vez que esté cansada o me queje por no saber decir que no. Jane Goodall tiene noventa y un años y pasa fuera de su casa trescientos días al año para concienciar sobre la necesidad de cuidar el planeta. El resto del tiempo lo dedica a preparar los viajes y contestar correos. A lo mejor por eso se mantiene lúcida y se ha convertido en un modelo, no solo porque sea mujer y haya roto muchas barreras, sino también porque no abandona el entusiasmo o se pone límites.
Dice: «cuanto peor pinta el panorama, más duro lucho». Lo afirma una ancianita delgada en Málaga al lado de la gente joven a la que ha convencido para participar en el programa Raíces y brotes que busca llevar a los jóvenes a la naturaleza. Cree que una hora de bosque es un remedio para los adolescentes que pasan la vida delante de las pantallas.
Ahora está en España, pero mañana viaja a Tanzania o a cualquier lugar del mundo donde pueda difundir una idea que ha ido tomando cuerpo a lo largo de toda su vida: para salvar a los animales en las zonas desfavorecidas, hay que procurar que los humanos que vivan allí tengan recursos.
También pelea para que cualquier extremismo quede fuera de la lucha por el cambio climático. Mientras leo, no puedo dejar de pensar en esta frágil mujer que atraviesa el planeta cada dos por tres, mientras yo me quejo porque a veces estoy cansada o me duelen las articulaciones o ya no veo como antes.
Voy a pegar su foto bien visible para recordar que se empieza a envejecer en cuanto uno deja de sentir interés por lo que le rodea, como si el mundo no fuera un lugar sorprendente que se extiende mucho más allá del límite que nosotros mismos elegimos. Espero que el recorte de periódico amarillee en la pared, y que cuando que lo lea sienta lo mismo que ella, la persona que afirma que como nuestro tiempo está medido, cada vez es más necesario emprender nuevas acciones o luchar por causas nuevas. No se me ocurre mejor consejo.
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