Opinión | Tribuna
Apatrullando la costa pitiusa
La película ‘Torrente, el brazo tonto de la ley’ (Santiago Segura, 1998) no pasará a los anales del cine de arte y ensayo, pero aquella secuencia del desgarbado policía transitando por la noche madrileña a bordo de un destartalado Seat 1430, mientras suena en la radio ‘Apatrullando la ciudad’, con la voz de El Fary, compone una parodia icónica de una coyuntura absolutamente incontestable: el cutrerío patrio en relación a los medios policiales.
En condiciones normales, diría que leí con asombro y estupefacción –que viene a ser lo mismo, pero, como dice el cómico Joaquín Reyes, hay que decir las cosas dos veces para que te hagan caso–, la noticia acerca de que el Servicio Marítimo de la Guardia Civil sólo tiene una lancha para vigilar la costa de Ibiza y Formentera. Sin embargo, la tozuda realidad es que en las Pitiusas estamos acostumbrados a que las fuerzas del orden, el personal de Justicia y tantas otras ramas del funcionariado público se vean obligados a afrontar sus quehaceres diarios con una escasez galopante de medios humanos y materiales.
Me pregunto si los agentes que vigilan los acantilados y las playas se ponen ‘Apatrullando la ciudad’ en la radio de la neumática, en caso de que dicha embarcación está equipada con tal complemento, pero no albergo dudas sobre la impotencia que sienten al verse abocados a cubrir tanta costa y tanta mar con una sola nave. Tampoco las tengo sobre las risas y comentarios cáusticos que se producen entre los delincuentes que utilizan la costa como escenario de sus fechorías, cuando algún compinche novato inquiere por la posibilidad de que aparezca la Benemérita y les pille con las manos en la masa.
Ibiza es la isla de las drogas y cada verano entran toneladas por vía marítima. Los narcóticos siembran el caos temporada tras temporada, con cientos de intoxicaciones y sobredosis, que demasiado a menudo acaban con jóvenes fallecidos por la imposibilidad de soportar el ritmo ibicenco o porque se han precipitado desde un balcón, envalentonados por sus efectos.
Pero es que Ibiza y Formentera también son las islas de los chárter ilegales y quién sabe cuántas embarcaciones operan sin permiso, fondean sobre posidonia, vierten al océano aguas negras y de sentina, y embarcan y desembarcan clientes donde les place. Y de un tiempo a esta parte, también ejercemos como puente hacia Europa para miles de migrantes que parten de las costas argelinas, jugándose la vida y perdiéndola muchas veces por el camino. Dicen que, solamente el año pasado, se registró la llegada de 189 pateras a las Pitiusas, con 3.000 migrantes irregulares. Nos rodean las aguas más concurridas del litoral español y casi nadie las vigila. Somos como la famosa isla haitiana de Tortuga, donde los piratas caribeños campaban a sus anchas en el siglo XVII.
A las mafias que operan en Ibiza, con independencia del sector al que se dediquen, les basta con colocar a una persona en el puerto para vigilar las idas y venidas de la patrullera de la Benemérita, para así cerciorarse de dónde pueden operar con total impunidad. Es tan sencillo que no me extrañaría que los grandes narcotraficantes se decidieran a usar la isla –si es que aún no lo hacen–, como punto de entrada de grandes cargamentos de sustancias ilegales en el continente, para su posterior distribución. Vigilar la costa pitiusa con una sola lancha es lo mismo que pretender solventar la plaga de serpientes en un territorio infestado con unas pocas jaulas dispersas por el campo. Una broma.
La noticia la dio Diario de Ibiza el domingo pasado y en el texto también se explicaba que se había propuesto trasladar al archipiélago otra barca durante el verano, pero que ningún agente se presentó voluntario. Al parecer, los 61 euros diarios que el Cuerpo ofrece como dieta no dan ni para alquilar una chabola en un asentamiento. Con el riesgo añadido de que tus propios compañeros te acaben echando por acampada ilegal.
La solución que plantea la Comandancia de Balears es enviar alguna de las cuatro patrulleras que hay en Mallorca siempre que se produzca una emergencia. ¿De verdad alguien puede plantearse como solución a una urgencia el envío de una embarcación desde Palma, que tarda cuatro horas en llegar? ¿No han concluido que si invirtiesen el coste del combustible necesario para los traslados en mejorar las dietas de los guardias, tal vez alguno se animaría a venir?
Pretendemos ser las islas del lujo, con unas infraestructuras y unos medios humanos tercermundistas. Lo que está ocurriendo con el Servicio Marítimo de la Guardia Civil es un síntoma más del terrible desbordamiento que padecemos, en un archipiélago que, definitivamente, todo se nos ha ido de las manos y para el que nadie encuentra soluciones que vayan más allá de aplicar parches inútiles.
@xescuprats
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