Opinión | Tribuna
Ahora sí que ha comenzado la temporada
Hace unas semanas me sorprendieron, por su cariz ingenuo, unas declaraciones realizadas por el vicepresidente primero del Consell Insular, Mariano Juan, en las que aseguraba que el inicio de la temporada turística ya no lo marcan las discotecas, sino el calendario de eventos deportivos que se organizan en la isla durante la primavera.
Tal vez el vicepresidente tenga ese anhelo, que, a buen seguro, comparten muchos ibicencos que se sienten hartos de la omnipresencia de las salas de fiestas en cada palmo de terreno de la isla, en las redes sociales y hasta en los telediarios. Sin ir más lejos, el pasado fin de semana, coincidiendo con los openings del ocio ibicenco, algunos informativos nacionales dedicaron piezas audiovisuales completas a proclamar que la maquinaria de la fiesta ibicenca ya se había puesto en marcha.
Se equivoca, por tanto, Mariano Juan, con una estimación tan optimista, pues el pistoletazo de salida de la temporada, por mucho que él pueda desear lo contrario, se ha producido el pasado fin de semana. Los síntomas son muchos y evidentes, como el incremento de ocupación en los hoteles, el follón en las carreteras o el agotamiento de los pasajes aéreos para llegar a Ibiza, a pesar de las tarifas disparatadas que están aplicando las compañías aéreas y que hace tan sólo unas semanas, aunque hubiera pruebas deportivas a granel, no eran tales.
El coste de venir a la isla mientras salas de fiestas y beach clubs permanecen abiertos se ha vuelto prohibitivo, incluso con certificado de residencia. Que dichas tarifas las paguen los fiesteros internacionales con suficiente poder adquisitivo tiene un pase, pero es que nos afectan a todos, incluidas otras tipologías de turistas que no vienen a dilapidar su dinero en locales de cartón piedra, sino a gozar de paisajes, playas, cultura y gastronomía.
Pero el ejemplo más evidente que demuestra que es ahora cuando el cronómetro de la temporada se ha puesto en marcha lo encontramos en la terrible desgracia que supone que una muchacha de 19 años, llegada desde Italia para vivir la fiesta ibicenca, con toda la vida por delante, tenga que regresar a su país con los pies por delante tras precipitarse desde un cuarto piso. La joven, como en tantas otras ocasiones, trataba de pasar de un balcón a otro por la fachada de un famoso hotel de Sant Antoni que también se dedica a la fiesta perpetua. Ocurrió el pasado domingo, al despuntar el alba, al poco de que la joven regresara a su alojamiento tras pasar la noche en una discoteca.
A esta terrible tragedia, presuntamente vinculada al ocio de desparrame y riesgo que se promueve en nuestra isla, para que unos pocos obtengan pingües beneficios a costa de la salud de los jóvenes, habrá que sumar las intoxicaciones etílicas y por drogas que hayan tenido lugar durante el fin de semana. Y luego añadir a éstas todas las que aguardan de aquí a que las discotecas echen nuevamente el cierre y los ibicencos podamos volver a respirar. Mientras la fiesta sigue operativa, Ibiza sólo es símbolo de juerga y caos, las carreteras se llenan de zombies y todo gira en torno a esa rueda que se retroalimenta y crece año tras año como una bola de nieve.
Nadie puede negar que la industria del ocio genera multitud de empleos y una facturación estratosférica, pero el coste es demasiado elevado. De nada valen las promesas de autocontrol y rigor por parte del colectivo empresarial. Cuando Ibiza sólo se orienta a la fiesta, como ocurre durante toda la temporada, los problemas se multiplican y este perfil de turista se come al resto.
Sabemos que la temporada ha empezado cuando irrumpen incidentes como el de la chica fallecida el domingo. De hecho, cuando hay eventos deportivos y aún no han arrancado las fiestas de las discotecas, por elevada que sea su participación, nunca pasa nada. Si el Consell tiene tanto interés en que la temporada la marquen otros factores distintos a la fiesta, que comience por cumplir sus promesas de retirar todas las vallas publicitarias de las carreteras, que son de su competencia y siguen teniendo un protagonismo insólito e injustificado. Y que por fin acometa una regulación seria del sector del ocio, que también es de su ámbito competencial, para que la oferta deje de ser un no parar desde la mañana hasta las seis de la madrugada. Y los ayuntamientos, que contribuyan evitando la concesión de licencias inexplicables que favorecen la recuperación de salas de fiestas en áreas donde nunca tendrían que haber existido y la reconversión de establecimientos que antes no lo eran.
El actual desmadre responde a la pasividad administrativa. Cualquier otra estrategia, tal y como el tiempo ha demostrado, representa un brindis al sol o una manera de escurrir el bulto.
@xescuprats
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