Empezamos de maravilla

Este artículo iba a ser un panegírico sobre el Club Ciclista Sant Antoni, que acaba de cumplir 50 años y que el pasado sábado estrenó un documental sobre su historia que fue proyectado en el cine Regio. Iba a ser un texto laudatorio sobre sus pioneros, Vicente Prats y Javier Fernández, que lo crearon de la nada, y sobre Bartolo Planells, un visionario que le imprimió un rumbo nuevo cuyo testigo, tras su muerte, recogió su hermano, Juanjo, que ha multiplicado exponencialmente su alcance, como se puede comprobar cada año con las exitosas carreras cicloturistas y de mountain bike que organiza. Como bien recuerda el presidente del Consell en ese documental (al que deberían revisar los subtítulos), estos (y otros) eventos deportivos son los verdaderos openings de la temporada de la isla, pues se adelantan a los de las discotecas.

Iba a ser un artículo de buen rollo, pero cambié de parecer a las ocho de la mañana, cuando saqué a pasear a Bilbo y escuché cerca de donde me encontraba, en pleno Can Bonet, el ruido propio de un fiestorro. Sí, tachún tachún a estas alturas del año y a las ocho. Empezamos bien. En lo alto de una vivienda adosada recién construida, una docena de jóvenes bailaban y berreaban, mientras una mujer casi se despeñaba desde esa altura. Imagino que el número de inquilinos era aún mayor en las dos plantas inferiores, de donde procedía la música. Ese es el turismo de calidad que se suponía iba a venir en los extremos de la temporada, como el que el fin de semana ya la montó en Cala d’Hort. El tranquilo, el que va a desestacionalizar la temporada. La mala leche aumentó cuando poco después pasé por la calle que va desde Gesa a la desaladora y conté una docena de furgonetas y roulottes aparcadas a ambos lados. Vamos, que iniciamos la temporada turística tan mal o peor que como la acabamos, sin solucionar ni el gamberrismo ni el alquiler turístico ilegal ni la masificación ni el problema de la vivienda. Muy deprimente.

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