Opinión | Para empezar

Malos tiempos para las Consuelos

Iba andando del trabajo a casa hace algunas noches, ya muy tarde, cuando escuché que una mujer me decía «ayuda, amiga» desde la entrada a un portal. No seré fantasma. Confieso que seguí mi camino como si no hubiera oído nada. Unos metros más allá me sentí mal y volví para darle algo. Pero Consuelo, que así me contó después que se llamaba, no estaba pidiendo dinero. Había tenido un fuerte ataque de ciática y el dolor no la dejaba levantarse. «Pido socorro y la gente se ríe y pasa de largo», me dijo, y me puso los pelos de punta no solo por lo terrible de su situación, tirada en la calle y desvalida, sino porque (excepto en lo de las miserables burlas) me vi retratada. Es lo que también hago yo habitualmente (y, sobre todo, de madrugada), apartar la vista, acelerar, alejarme. Y lo que seguramente hubiera hecho entonces de no tratarse de una mujer no más fuerte que yo. No mires. No te acerques. No les des la mano. No toques a un sintecho no sea que te «contamine». Lo que hacemos casi todos. ¿Pero cómo puede haber alguien que encima se ría?

Tampoco diré que me sorprende. Ser «bueno» (o al menos tratar de aparentarlo) hoy no está de moda. La sociedad ya no solo se limita a invisibilizar a los pobres, sino que amplios sectores empiezan a mostrarles cada vez con menos tapujos su desprecio. «Si está ahí, por algo es», proclaman escupiendo bilis. Cierran con llave de noche los cajeros, ponen verjas en los pasajes, demonizan los bancos (no sea que alguno tenga la idea de dormir allí en vez de en el suelo) o tiran al contenedor sus míseras pertenencias. No exigen soluciones para los excluidos sino contra ellos. No los quieren con ayuda, techo y futuro, los quieren lejos.

En esta Ibiza «llena de chabolas», en la que se amenaza con multas a los desesperados que viven en asentamientos (el último escalón antes de la calle) y andan crecidos los que tildan de «chusma» a familias trabajadoras víctimas de la especulación inmobiliaria, la solidaridad con los otros se vuelve cada vez más rara. Eso (no poco) que perdemos. Pero no seré yo la que le diga a nadie cómo tiene que comportarse. Solo recuerden que mañana los que podrían estar tirados por ahí con un ataque de ciática u otro mal podrían ser su padre, su madre o usted mismo y los demás «tomarlos por un pobre», y pasar de largo. Y si no quieren ayudar, al menos respeten. Nunca se rían.

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