Opinión | Para empezar

El placer de leer a desconocidos

Se acerca Sant Jordi y supongo que comprarán algún libro por aquello de simular ser una persona respetable. Es un día doloroso para aquellos autores que vivimos en la marginalidad, que no nos lee ni nuestra puñetera madre y a quienes nadie nos toma en serio. Como juntaletras fracasado, no puedo evitar sentir cierta hermandad con otros escritores que merecerían mejor suerte, y cuyo talento no se corresponde con unas ventas discretas y una popularidad que no va más allá del underground.

María Bastarós, por ejemplo. ¿Cómo puede ser que esta mujer no sea una súper ventas? Su ‘No era esto a lo que veníamos’ tiene algunos relatos que me han explotado la cabeza. Bastarós escribe como los ángeles, me dejaría cortar un dedo con tal de tener la mitad de su talento. Recuperen ‘Carcoma’ de Layla Martínez, una autora multitraducida y a quien se debería hacer más caso. Una historia de fantasmas en la España vacía con una casa encantada que remite a Shirley Jackson, no se la pierdan. O ‘Se te oscurece el pelo’ de María José Hasta. Solo la literatura puede lograr el milagro de invocar el pasado, que mundos desaparecidos se encarnen y después se desvanezcan con un soplo. O crear personajes inolvidables, como la insolente protagonista de ‘Solo quería bailar’ de Greta García.

Cuando alguien logra dar el salto al éxito masivo te alegras como si fuera tu hermano. Sabina Urraca, autora de esa maravilla que es ‘Las niñas prodigio’, y que ha publicado en Alfaguara ‘El celo’. ¿Y el privilegio de haber leído a un autor desde sus comienzos? Poder presumir de que ‘yo ya leía a Eva Baltasar cuando no la conocía nadie’, es el equivalente a ‘yo escuchaba a C.Tangana cuando se hacía llamar Crema’.

Y autores que rechazaron el éxito y se quedaron en su ciudad, lejos del foco. Escritores deslumbrantes como Miguel Espinosa, el autor de ‘La fea burguesía’ y que nunca se movió de Murcia, o el asturiano José Avello y sus ‘Jugadores de billar’. O lean a quienes el poder quiere silenciar, como Sol Fantín y Selva Amada, autoras argentinas consideradas «inmorales» por su gobierno -¡qué gran elogio!-. Algunas de ellas están en el catálogo de nuestras bibliotecas públicas. Leánlas y no se arrepentirán.

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