Opinión | Tribuna

Sheila Albalate

Almendralejo is not different

Ante la crecida de abusos y acoso escolar, instituciones educativas y familias lo están dejando claro: en el pueblo sucede lo que ocurre en todo el país, la diferencia es que allí ya se han remangado

Pecaríamos de inconscientes si pensáramos que los escándalos de violencia sexual entre adolescentes que han salpicado al IES Carolina Coronado de Almendralejo se tratan de una cuestión intrínseca a este centro en particular. Para que los casos de maltrato y abuso salgan a la luz y reciban la respuesta judicial adecuada allí donde se dan, dos requisitos son fundamentales: que las víctimas lo cuenten y que las familias y los equipos directivos de los centros activen los protocolos de acoso y los denuncien. Sin embargo, y a pesar de que ambas cláusulas parecen la verdad de Perogrullo, que se conjuguen y resulten puede llegar a ser una tarea titánica.

Primero, no es sencillo reconocerse víctima. La vergüenza y la culpa acompañan con frecuencia a quien padece el ataque. Apocamiento por no haber sido capaz de defender la propia dignidad ante el atropello del acosador o acosadores, y culpa por sentirse responsables de los rasgos distintivos que tienden a portar estos abusados. Algunas características vinculadas al físico y otras a la personalidad: el peso, el atractivo, llevar gafas, ser sensibles, hablar con mejor dicción o un vocabulario más rico, ser intelectualmente más inquietos o, al contrario, menos resolutivos. De modo que todo adolescente aspira a ser eso que llaman ‘normal’ entre sus iguales; si no puede ser el líder. La noción aceptada de qué son la masculinidad y la feminidad hegemónicas causa estragos, por esta razón, las feministas insistimos con ahínco en la necesidad de abolir los géneros y sus mandatos asociados de manera artificial e impositiva. Por otro lado, las familias no siempre son conocedoras de los infiernos internos que atraviesan sus descendientes. Jóvenes que cada semana comparten treinta y seis horas de sus vidas con personas con quienes se ven obligados a relacionarse, o mínimo, a compartir un espacio. Presumiblemente, respiran el mismo aire más tiempo que con los de casa. Para más inri, la etapa adolescente se caracteriza por la ebullición de los propios cuestionamientos por oposición a lo que las figuras maternas y/o paternas plantean. Si para colmo hablamos de familias con problemas de convivencia o figuras de apego inestables o poco accesibles emocionalmente, la comunicación y la resolución de problemas se ve muy comprometida.

Los institutos cuentan con un protocolo de acoso ante casos de abuso. Dar la voz de alarma ante un comportamiento reprochable y enjuiciable, ya sea de docentes o entre el alumnado, abochorna, pero es la obligación del equipo directivo. Si se les quita hierro a asuntos tan serios como las voces, los insultos, los golpes y los abusos sexuales o emocionales por no menoscabar el prestigio de la institución, nuestros hijos e hijas estarían en manos de expertos docentes que han ascendido a miembros de equipos directivos con su correspondiente retribución salarial con rasgos comunes a empresarios atrincherados en la educación pública para establecer su latifundio pseudopedagógico. El equipo del IES Carolina Coronado, en este caso, en cuanto se le hizo conocedor de la confesión de la víctima, llamó a su familia. Ojalá procedieran así todos.

Para terminar, la repercusión del alto consumo de mundos virtuales sexualizados y violentos desde la pantalla del móvil por parte de nuestro alumnado a edades cada vez más temprana plantea el reto más preocupante de todos. La imagen educa la mirada e inspira la conducta, pero continuamos prácticamente sin legislación efectiva al respecto en España, a diferencia de otros países donde las redes sociales están prohibidas a menores de manera tajante. Ante la crecida de abusos y acoso escolar, Almendralejo, sus instituciones educativas y familias lo están dejando claro: en el pueblo sucede lo que ocurre en todo el país, la diferencia es que allí ya se han remangado. Incluso los abuelos y abuelas, que unos días atrás se concentraban a las puertas del instituto en repulsa por el acoso sufrido por este menor, alzaron su voz reclamando justicia y unidad contra cualquier tipo de violencia.

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