Opinión | A pie de isla

Nadando entre culebras

Ibiza transforma en objeto marino todo lo que toca. Incluso los corazones de ventrículo rebelde que no acompasan sus latidos con el batir de las olas. Aquí, en la isla, el mar ostenta gran poder de convicción: contagia su azul y su sal con solo abrir las esclusas de bruma donde guarda sus brisas. Ni siquiera le hace falta echar mano de las sirenas, que también las tiene… y en muchas lenguas sus cantos.

Como injertos, al viejo arado de madera le crecieron remos. Y al muro de piedra, que respira en boca de sargantana oculta en rendijas, se le contagió la deslumbrante blancura de las velas flotando sobre el mar como nubes desplomadas. No había más que entrar en casas payesas y ver cómo los aparejos de labranza cedían su puesto a los de pesca.

La isla arrastró a la causa marina a muchos de los venidos desde la Península, por muy de secano que fueran. Todos conocemos a residentes que han acabado por adoptar la ‘nacionalidad marina’ en este consulado del mar que es Ibiza. Apenas les dan un respiro sus respectivos trabajos y corren a vestirse de buzo, de nadador o de lobo de mar, aunque sea en una prosaica gomona cualquiera. O de simple bañista de a pie −sin aletas−, desprovisto de pretensiones náuticas.

La última conversión al credo marino no ha sido de ser racional alguno, sino de una criatura inesperada que se coló de rondón hace pocas décadas cobijada en las raíces de olivos importados de la Península. Me refiero, cómo no, a la culebra de herradura, azote de la lagartija pitiusa, sobre la que depreda a mansalva hasta el extremo de ponerla en peligro de extinción. Pues bien, ahora resulta que se ve a esta serpiente nadando en el mar con total espontaneidad.

Los herpetólogos no salen de su asombro. ¿Quién iba a imaginarse que sucedería una cosa así? Y en tan pocos años. La culebra de herradura, tan de tierra ella y mírala en Ibiza ahora. ¡Qué frescura la suya! Toda una revolución etológica la de esta sierpe. Antes me hubiera imaginado a un yogui de los que frecuentan Ibiza caminando por las aguas cual profeta loco, que a la culebra de herradura dándose un baño la mar de a gusto.

En la Península, a pesar de que parte del hábitat de este ofidio ocupa casi todo el litoral mediterráneo, ni se acerca a la orilla, ya que el mar jamás entra en sus planes, siempre de secano, como los de los rústicos de antaño, azadón al hombro y de espaldas a la costa. Esta culebra se contenta a secas con sus costumbres rupícolas de toda la vida de tierra adentro, como buena trepadora que es.

Aquí, en cambio, le ha perdido el miedo al agua (como todos) y se zambulle a sus anchas con absoluta naturalidad. Si alguno de ustedes se topa con una mientras se baña tranquilamente en cualquier cala de la isla, no se le ocurra echarle una carrera que la perderá, pues el animalito nada que se las pela.

La serpiente es un reptil asombroso. Modelado por la evolución como todo bicho viviente, el diseño de su cuerpo constituye todo un alarde de ahorro anatómico. «Menos es más», la famosa frase atribuida al arquitecto Mies Van der Rohe, también sirve para este caso. ¿Para qué añadirle patas a esta bestezuela? No las necesita para nada; su locomoción terrestre es perfecta. Tampoco requiere aletas para el agua; nada estupendamente. En ambos medios se mueve por ondulación. Es otra forma de entender la propulsión muscular. Ustedes no lo intenten que se lastimarán.

Afirman algunos que si la culebra de herradura se ha echado al mar es porque va en busca de más lagartijas todavía. Ha ampliado su horizonte de caza, su radio de acción, como si no tuviera bastantes de estas indefensas presas en la isla. Desde la orilla nada directa a algunos de los muchos islotes (cuarenta, nada menos) que, como satélites, gravitan en torno a Ibiza como pequeñas lunas de roca. Algunos contienen colonias de subespecies endémicas de la lagartija pitiusa, auténticos tesoros biológicos ahora en serio peligro por la incursión acuática de estas culebras convertidas en expertas nadadoras de largas distancias.

En la Antigüedad, las serpientes no eran populares precisamente. Plinio, Aristóteles y Mela ya lo dejaron bastante claro. Había pueblos, como los marsos en Italia, que las mataban sistemáticamente. Aun así, este reptil siguió prosperando a su aire, pues es imposible ponerle puertas al campo. También, como en el caso de Ibiza recientemente, otras islas mediterráneas (Cerdeña, Zembra y Pantelaria) sufrieron la invasión de la culebra de herradura, asimismo introducida −cómo no− por el hombre, el gran mentecato.

Ignoro si en aquellas islas también ha sabido este reptil conquistar las aguas que las rodean. Puede que Ibiza sea un caso excepcional, el único lugar del mundo que ha trastocado el comportamiento de dicha culebra. La ha enloquecido de mar, de azules pitiusos, más que de promesas de ampliar despensa. ¿Y a quién no? Le ha hecho entender que sus escamas bien podrían ser de pez; que se le ocultó siempre su auténtica identidad. Que ella también es hija de la mar.

Quizá es que Ibiza sea el camino de retorno de todos al mar.

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