Opinión | Tribuna
Parar el tiempo, parar a tiempo
Parar el tiempo. Parar a tiempo. La pandemia de covid-19 nos trajo abruptamente lo primero. Algunos aprendimos la importancia de lo segundo.
No estábamos preparados para que el tiempo se congelara de forma literal. Hasta donde sabíamos, el tiempo solo se detenía por obra y cuenta de la buena literatura y alguna que otra copla. Se paraba por amor o por todo lo contrario. Hasta ese impensable mes de marzo de 2020, luchábamos contra un bien que sabíamos escaso y necesario, pero que éramos incapaces de retener a nuestro lado. El tiempo como utopía, como propósito de año nuevo. Nuestra necesidad peor resuelta. Lo deseábamos, pero no podíamos parar ni siquiera a preguntarnos para qué. Obviamente, no teníamos tiempo. Lo pedíamos y si algún día llegaba, ya veríamos cómo gestionarlo.
Y llegó. Todo el tiempo del mundo, para todo el mundo. A la vez. Otra anomalía. Hasta ese impensable mes de marzo de 2020, sabíamos manejarnos en un ritmo desacompasado, cuando yo tenía tiempo, la persona a la que se lo quería dedicar no lo tenía y así, nuestra vida se sucedía en un asincronismo constante.
De repente, yo tenía tiempo, tú tenías tiempo y hasta aquel que nunca jamás supo gestionar y arañar minutos al día para tenerlo, lo tenía.
Teníamos tiempo y miedo. Porque mientras a nosotros se nos ofrecía a espuertas veíamos acongojados como a otros se les arrebataba cruelmente. Personas que conocíamos, abuelos, padres, amigos, compañeros de trabajo luchaban por ganar minutos, horas y días para combatir el virus.
También tuvimos tiempo para pensar en eso. En nuestra vulnerabilidad. En que solo somos tiempo, el que regalamos y el que nos regalan.
Y una vez más la literatura. Elli Michler, autora alemana, escribía en 1987 en uno de los poemas más celebrados acerca del tiempo:
“Te deseo de corazón que tengas tiempo, tiempo para la vida y para tu vida”.
En marzo de 2020 se paró el tiempo. Muchos tuvimos la suerte de que el tiempo solo paró un tiempo. También de aprender a parar a tiempo.
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