Opinión | Tribuna
Mujer contra mujer
Millie Bobby Brown es una actriz y modelo británica, que se hizo mundialmente famosa siendo una niña, interpretando a la magnífica ‘Eleven’ en la serie ‘Stranger Things’ de Netflix. La joven, que ahora tiene 21 años, revolucionaba estos días atrás las redes sociales denunciando el acoso incesante que sufre con el único pretexto de juzgar su apariencia física. Y subrayaba que a menudo las peores críticas venían de otras mujeres, con la ironía que eso conlleva. Porque todos sabemos que el ataque que más escuece es el de un supuesto ‘igual’.
En plena resaca del 8 de Marzo no es mal momento para reflexionar sobre ese concepto, porque ha quedado más que patente que ‘el todas a una’ agoniza un poco más cada año. Hasta el punto que un 43% de ellas considera que el feminismo en España «ha ido demasiado lejos», según un informe de la consultora Ipsos.
¿Qué ha pasado para que casi la mitad de la población femenina de nuestro país considere que la lucha por la igualdad «perjudica ahora a los varones»? Es para hacérselo mirar, y un síntoma de que el machismo, aunque nos cueste reconocerlo, también se alimenta y se nutre de nuestros ‘pechos’.
Es inquietante que haya mujeres que caigan en esa trampa. Que consideren que el ocho de marzo hay que «quedarse en casa para defender a sus padres, a su maridos, a sus hijos o a sus sobrinos», según leía ese día en Facebook. Como si de verdad esta efeméride se hubiera convertido en una nueva jornada de poner el acento en ellos y no en nosotras. Y el contrasentido que eso supone. El sábado se dijo alto y claro: ‘No todos los hombres, pero siempre un hombre’.
Algo se ha torcido, cuando son las mujeres las que van contra las mujeres. Y a muchos les conviene. Cada año en estas fechas circula, casi siempre compartido en muros masculinos, un mensaje de 2021 de la cantante Bebe: «Feliz día a las mujeres que no necesitamos una manifestación para saber que somos iguales», en el que calificaba entre otras lindezas de «descerebradas» a las feministas.
Paradójicamente, ella se hizo famosa con la canción ‘Malo’, que se convirtió en un himno contra la violencia machista, y no sé si hace cuatro años o ahora mismo, está al día de las cifras de asesinatos o denuncias en ese contexto, pero alguien debería decirle que desde que escribió aquel «no se daña a quien se quiere», la cosa no ha mejorado tanto como para no necesitar ya salir a las calles.
Está claro que quienes se empeñan en poner el acento en los diferentes feminismos lo hacen teniendo muy presente el divide y vencerás, esa máxima bélica infalible. Por eso ahora oímos hablar del «De toda la vida. El de nuestras abuelas y nuestras madres», que defendía el señor Feijóo el otro día, para separarlo del que ellos denominan ‘woke’, más ‘radical’ y asociado a la izquierda y al movimiento ‘queer’. Pero lo que subyace en ese diferenciación es un interés en que los avances y la lucha se paren en las líneas que ellos consideran ‘como Dios manda’.
Aunque esta escisión es también responsabilidad de aquellas que les han comprado el cuento. Estamos más que acostumbradas a escuchar chascarrillos, reproches y hasta lloriqueos de señoros que aseguran, sin ningún tipo de vergüenza, que ahora «son ellos los que nos tienen miedo». Pero que haya señoras que les prestan oídos y el hombro, y le vuelven la espalda a las mujeres, es algo que hace que me quiera explotar la cabeza, porque es como dispararse en el pie.
La mayoría de los hombres no tiene ni idea de lo que significa ese miedo del que hablan. Miedo a andar sola por la calle de noche, a oír el eco de unos pasos en la oscuridad de un parking, o a las distancias cortas con una puerta cerrada. Ellos no se pueden poner en nuestra piel, pero ellas, sí y por eso su ninguneo duele más que el comentario de cualquier cuñado.
Vivimos tiempos revueltos en los que la sombra de la ultraderecha cada vez es más alargada, en los que hay hombres que matan a sus parejas y algunos incluso a sus hijos, en los que algunos jueces cuestionan y acorralan a las víctimas y hay jefazos que con ‘luz y taquígrafos’ todavía dan ‘piquitos’ casi impunes, y lo más aterrador es saber que hay mujeres que ponen todo eso en duda por obra u omisión.
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