Opinión | Tribuna
Triguero y la práctica de la estupidez
Cuando la política abandona los principios y la coherencia en favor del espectáculo y la popularidad, la ruina es inevitable
Cuando en 1992 la campaña de Bill Clinton popularizó la frase «Es la economía, estúpido», el mensaje era claro: lo que realmente importa es la gestión de los recursos y el bienestar de la gente. Hoy, en Vila, esa expresión necesita una actualización urgente: «¡Es la gestión, estúpido!». Porque no es la ideología (o unas siglas sin ideología), no es la retórica, no es el marketing político lo que determina el éxito de una administración, sino su capacidad real de gobernar con eficacia, inteligencia y responsabilidad. Y en este punto, la gestión de Rafael Triguero ha sido un absoluto fracaso.
Desde que asumió el cargo, Triguero ha implantado un clima de desconfianza y opacidad en el Ayuntamiento. Se ha restringido el acceso a información, incluso dentro de los propios departamentos, generando un ambiente de secretismo que mina la confianza de los empleados públicos y de los ciudadanos en sus instituciones. Este tipo de estrategia, lejos de mejorar la eficiencia, recuerda a la descripción que Dietrich Bonhoeffer, teólogo y filósofo alemán, hizo sobre la estupidez en su célebre teoría: una de las mayores amenazas para la sociedad no es la maldad, sino la estupidez institucionalizada.
Según Bonhoeffer, una persona estúpida no es necesariamente alguien sin inteligencia, sino alguien que se niega a reflexionar y cuestionar su propia conducta, que toma decisiones sin pensar en sus consecuencias y que actúa movido por la inercia y la conveniencia en lugar del sentido común. Y lo más peligroso es que las personas estúpidas, a diferencia de los malvados, son incapaces de reconocer el daño que causan. Esta idea se refleja claramente en la política de Triguero.
Una de sus principales promesas fue la creación de nuevas plazas administrativas mediante promoción interna, comprometiéndose a generar al menos diez plazas de administrativo/a por año, según lo estipulado en la Relación de Puestos de Trabajo (RPT). No ha cumplido ni una sola. Cuando se le ha exigido explicaciones, su única respuesta ha sido «no hay dinero», una excusa recurrente que pierde credibilidad cuando se contrastan sus verdaderas prioridades.
Porque, mientras se niega a cumplir compromisos laborales esenciales, sí ha encontrado fondos para proyectos menos justificables, como la creación de diez plazas de agentes cívicos, de las cuales cuatro ya han sido amortizadas sin llegar a cubrirse. También ha habido dinero para modificar el puesto de director/a de Patrimonio de la Humanidad con nuevos requisitos arbitrarios que excluyen a graduados en historia o arqueología y favorecen a los de turismo.
Pero el colmo del despilfarro ha sido la inversión en su propio despacho de 150 metros cuadrados en la cuarta planta del Ayuntamiento. Mientras el personal del CETIS trabaja hacinado en despachos sin ventilación ni luz natural, Triguero ha priorizado su ego, asegurándose un espacio digno de un jefe de Estado, aunque Vila siga sumida en la desorganización y la falta de soluciones reales.
La falta de respeto hacia los trabajadores municipales y los sindicatos es otro de los síntomas de esta mala gestión. Las mesas de negociación han desaparecido, limitándose a ser un trámite sin valor, y solo se mantiene con relevancia la Mesa Sectorial de la Policía, porque Triguero prefiere evitar problemas con ellos antes que atender a las necesidades del resto del personal.
El caso de las auxiliares administrativas que promocionaron a administrativas es un ejemplo flagrante de la arbitrariedad con la que se toman las decisiones. A estas trabajadoras se les ha negado el pago de la productividad de septiembre y octubre sin previo aviso, aplicando un criterio que jamás se había utilizado antes. No se les informó a tiempo, no se llevó a la Mesa Paritaria, pese a la petición formal de Comisiones Obreras, y cuando reclamaron, la respuesta fue una promesa vacía: «Se solucionará en la revisión del pacto laboral».
Pero después de dos años de incumplimientos, ¿quién puede creer en la palabra de este alcalde? Bonhoeffer advertía que la estupidez es aún más peligrosa que la maldad, porque una persona malvada al menos es consciente de sus acciones, pero el estúpido cree que está actuando con buena intención mientras destruye lo que tiene alrededor. Y si la estupidez no se combate con firmeza, se expande y se convierte en norma dentro de una institución.
Y aquí es donde la gestión de Triguero alcanza su peor versión: el ‘wokismo’ transformado en estupidez, donde un ‘like’ vale más que los principios. No gobierna con convicción ni con un plan claro, sino a golpe de tendencia, priorizando la imagen sobre la gestión, la pose sobre la eficiencia. Si algo le genera problemas mediáticos, lo ignora. Si puede venderse bien en redes sociales, le da prioridad. Así, el marketing político ha sustituido a la planificación real, y los problemas estructurales de Vila han quedado relegados en favor de un espectáculo de fotos, titulares y discursos vacíos.
Y lo peor de todo: cuando la política abandona los principios y la coherencia en favor del espectáculo y la popularidad, la ruina es inevitable. Sin valores claros, sin un proyecto de gestión sólido y sin un compromiso real con la ciudadanía, el gobierno de Triguero se ha convertido en un ejercicio de improvisación, donde cada decisión responde más al cálculo superficial de imagen que a una estrategia real de transformación y mejora.
En Vila, esta falta de autocrítica y capacidad de gestión ha llevado a un deterioro constante de la administración. El municipio ha visto cómo las grandes promesas electorales se han transformado en una política de excusas, donde la falta de dinero sólo existe cuando conviene y la transparencia ha sido reemplazada por un muro de opacidad.
¡Es la gestión, señor alcalde!, porque en política no basta con buenas intenciones, sino que hay que ser capaz de gobernar con eficacia, con planificación y con sentido de la responsabilidad. Y usted ha demostrado que no sabe o no quiere hacerlo. Ahora la pregunta es simple: ¿hasta cuándo Vila seguirá permitiendo que la estupidez dirija su destino? n
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