Opinión | Para empezar

Cuando muere un animal: pelitos en el corazón

Perder a un animal duele. Pica. Escuece. Hay quien aún no entiende las lágrimas vertidas por esos compañeros de vida de pelo, escama o pluma. Esa tristeza profunda que, por mucho que pasen los años, sigue ahí. Pasas el duelo, te recuperas, igual incluso hay otro gato restregándose con tus piernas u otro perro que salta a recibirte al abrir la puerta de casa, y, de repente, una foto, un detalle de la vida diaria, algo que le gustaba... hace que se te inunden de nuevo los ojos.

Las lágrimas por un animal perdido son navegables. Y la pena que te embarga te condenaría en los pantanos de la Tristeza si no tuvieras la fuerza de Atreyu. Da igual que te muerdan los calcetines, se afilen las uñas con los pomos de los cajones, se cuelguen de las cortinas, te dejen un precioso bicho muerto junto a los zapatos o tengan poco tacto a la hora de hojear un libro olvidado sobre la mesa. Desde que cruzan el arcoíris rumbo al paraíso eterno de los animales echas de menos tus muebles roídos, tus libros mordisqueados, el siete en el bajo de la cortina y, sí, también llenarte de pelos al sentarte en el sofá.

Quienes sabemos lo que escuece la herida eterna de despedirse de uno de esos compañeros de vida somos incapaces de entender que alguien los abandone, los maltrate, los olvide... No son elementos decorativos. Son uno más de la familia. Te escuchan sin juzgarte, convierten en una fiesta la soledad, nunca hablas sola porque ellos están ahí, mirarles a los ojos o acariciarles la barriguilla te calma en los momentos difíciles, te hacen reír a carcajadas con sus juegos y reacciones, te dan cariño... Cuando se van para siempre te culpas por todos los momentos que no pudiste pasar con ellos y por esas veces en las que, tras una trastada, les regañaste con la esperanza de que no lo volviera a hacer. Sacrificaría mis libros y mis zapatos a cambio de que Nixon siguiera aquí. Y Dalí. Y Bosco. Y Puça. Y Hort. Y Frida. Nos dejaron el corazón lleno de pelitos. A veces pican. A veces escuecen. Otras hacen cosquillas.

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