Opinión | Desde la marina
Las iglesias rurales
Estas pequeñas iglesias son únicas, un verdadero tesoro
Antoni Marí Muñoz publicaba el sábado pasado en La Vanguardia un extenso y cuidado artículo en el que se hacía eco de un trabajo de investigación largamente esperado, ‘Iglesias de Ibiza y Formentera’, una obra a todas luces definitiva, exhaustivamente documentada, magníficamente ilustrada y bien editada por Triangle-Books, de la que son autores Elías Torres y Michael Morán. El libro me ha hecho pensar que, siendo nuestros templos rurales uno de nuestros principales activos patrimoniales, no todos han sido objeto de igual atención por parte del los consells insulars y los consistorios. Su valor, más allá de su condición de ‘monumentos históricos’, reside, creo yo, en la singularidad de su arquitectura y en que fueron erigidos, más que como ‘casa de Dios’ -que lo son, naturalmente-, como ‘casa del pueblo de Dios’, con una triple función de templo, fortaleza y lugar de refugio y encuentro. Esto explica su medida humana, tan alejada de la inútil, ostentosa y desmesurada volumetría de otros templos. Y de aquí su ‘porxo’, espacio singular, funcional y bellísimo, que les da ese aire doméstico que nos emociona en su desnuda sencillez, en su banco corrido y la cisterna que suelen tener para que los feligreses que llegan desde casas dispersas y alejadas descansen, compartan vivencias y puedan refrescarse con un vaso de agua. En ningún otro lugar he visto un espacio vestibular tan significativo, acogedor y familiar.
Estas pequeñas iglesias son únicas, un verdadero tesoro. Cuesta entender que hasta fechas recientes se haya descuidado su relevancia, una situación que hoy se está corrigiendo, aunque no siempre llegamos a tiempo. Me cabrea sobremanera, por ejemplo, que la insensatez haya cegado el entorno de la iglesia de Sant Jordi que, rodeada de casas, carece del entorno despejado y la visibilidad que merece. En algún otro caso, nos ha jugado a favor la ubicación en alto que tienen las iglesias de Santa Eulària, Sant Miquel, Sant Antoni, Sant Rafel, Sant Joan o Sant Llorenç. En otras, la de Sant Josep, Sant Agustí y Santa Gertrudis, se ha podido intervenir y liberar espacio para que respiren y descubran su relevancia. El caso de la iglesia de Sant Carles clamaba al cielo, pero finalmente se reconduce. Se elimina el aparcamiento de su frontis y se mejora su entorno, peatonal y ajardinado. Cabe decir que, lamentablemente, quienes nos visitan, mayoritariamente pasan por alto la singularidad y belleza de estas pequeñas joyas históricas y arquitectónicas. Sucede que no las publicitamos, que no subrayamos la notoriedad que tienen y merecen.
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