Opinión | Tribuna
Las obsesiones de Elon Musk
Desde su cómodo teclado ha decidido ampliar su injerencia política
Donald Trump asumirá la presidencia de Estados Unidos el próximo día 20, diez días después de haber sido sentenciado por el caso del encubrimiento del soborno a la actriz porno Stormy Daniels. Le acompañará quien ha sido su sombra en el último año, Elon Musk, fundador de Tesla y SpaceX, dueño de X (antes Twitter) y una de las voces que más ruido crea hoy en el mapa geopolítico internacional.
Musk, cuya mímesis con Trump no va a durar toda la vida, es un comentarista político compulsivo que atiza un día sí y otro también a los gobiernos contrarios a su ideología. Esta se basa en un cuerpo de principios fundamentales que él ha construido a su medida y que es inconsistente, errático y cambiante, pero que ahora está en su versión más populista, obsesiva y afín a la extrema derecha.
Desde su cómodo teclado y ante más de 200 millones de usuarios, ha decidido ampliar su injerencia política, esa que él mismo tanto denunciaba en EEUU, hacia otros territorios, como Alemania y Reino Unido. Musk defiende a los más conservadores y ajusticia, lincha e insulta a los gobiernos progresistas, pero también a todo aquel que no reacciona como él espera, incluso al ultraderechista británico Nigel Farage. Para Musk este ha sido demasiado tibio en sus ataques contra el primer ministro Keir Starmer, al que el dueño de Tesla acusa de tapar abusos sexuales contra menores. En este contexto, los líderes europeos debaten en privado cómo relacionarse con Musk, que no entiende de normas diplomáticas tradicionales, y cómo reaccionar ante sus embestidas dialécticas.
De momento solo es público el cortejo declarado de la italiana Giorgia Meloni, el coqueteo del francés Emmanuel Macron y la indiferencia del alemán Olaf Scholz. Puede que lo mejor sea ignorar los ataques de Musk, no alimentar a la bestia que lleva dentro y esperar a que se concentre en los quehaceres domésticos que le mantendrán ocupado a partir del día 20.
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