Opinión | Para empezar

Pacto de estado para unas cabalgatas sin caramelos

No sé qué me deja más ojiplática. O qué me da más coraje. ¿Que la gente se queje de la racanería caramelística de los Reyes Magos y sus pajes? ¿Que algunos vayan con bolsas, cajas y paraguas dados la vuelta persiguiendo a Melchor Gaspar y Baltasar para hacerse con todos y cada uno de los caramelos que arrojen?

Vista la polémica desatada la mañana del Día de Reyes (en redes, por supuesto, dónde va a ser), yo lo tengo claro: pacto de estado para abolir las lluvias de caramelos en las cabalgatas de todo el país. Quizás entonces unos no tendrán razones por las que quejarse y otros no peregrinarán cual yonkies del dulce (sin gluten y sin azúcar) y podrán, quizás, disfrutar del desfile.

Habrá quien piense que es una chorrada, pero el comportamiento de la gente en algo tan inocente como una cabalgata de Reyes dice mucho de la sociedad que hemos construido. Y no es precisamente bueno. ¿En qué momento los desfiles de los sabios de Oriente y sus pajes se convirtieron en una competición por ver quién se lleva más caramelos a casa? Estamos hablando de caramelos, no de esmeraldas, billetes de cien o latas de caviar. Caramelos. Algo que se puede comprar en el supermercado y muy barato. ¿Cuántas veces en el último año han comprado caramelos quienes se quejan de que se lanzaron pocos y quienes iban cual parásitos dispuestos a no dejar ni un solo caramelo para los demás? Seguramente, ninguna.

Alguno dirá que son cosas de críos. No. Quienes están con los paraguas dados la vuelta y con las cajas levantadas no son, en su mayoría, niños. Son adultos.

Quienes se agachan palpando el asfalto como locos en busca del caramelo perdido no son sólo niños. Quienes se quejan de que no se han tirado suficientes caramelos en las cabalgatas reales no son los niños. ¿Qué les estamos enseñando a los pequeños? Los acaparadores que no dudan en arrancarse caramelos de las manos unos a otros, son maestros de egoísmo. Los que protestan, catedráticos en desagradecimiento. Porque, no lo olvidemos, esas lluvias dulces son un regalo, no un derecho. Lo dicho. Cabalgatas sin caramelos.

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