Opinión | Tribuna

Jaimito Carter, el ingenuo

El mayor éxito del presidente ahora fallecido radica precisamente en su longevidad, que lo sitúa por encima de cualquiera de sus colegas

Escucho el boletín radiofónico matutino, donde no han encontrado un resquicio para colar la muerte de Jimmy Carter, literalmente Jaimito. El primer presidente estadounidense con flequillo también fue un ingenuo genuino, firmante de un mandato desastroso enterrado en Irán y Afganistán, porque nada ha cambiado en el mundo durante el último medio siglo. De aquel Jomeini vinieron estos lodos. A cambio de su penosa vicisitud en la Casa Blanca, el cacahuetero ha sido considerado de forma unánime el mejor expresidente de Estados Unidos. Los escandinavos tuvieron la decencia de concederle el Nobel de la Paz tras abandonar el cargo, a diferencia de la consagración del pacifista Obama, prematura en tantos sentidos.

La noticia consiste por tanto en que se puede prescindir con alegría de la muerte de Carter, como si se le reprochara póstumamente su derrota en 1980 frente a Reagan, por 489 a 49 votos electorales. La trampa republicana de retrasar la liberación de los rehenes de la embajada de Teherán no empequeñece una victoria aniquiladora, preludio de tres consecutivas. El mayor éxito del presidente ahora fallecido radica precisamente en su longevidad, que lo sitúa por encima de cualquiera de sus colegas. Por eso mismo, solo disfrutó de un cuatro por ciento de su existencia en la Casa Blanca, también sin rival. En su honor, el estadista ahora fallecido fue el primero en destacar que su peregrinaje pacificador se debió al tiempo libre que le dejó su desahucio anticipado.

Carter hubiera sido el presidente ideal en un planeta poblado por personas que compartieran sus ideales religiosos. Su gestión confirma que los errores suelen ser más fatídicos que los crímenes, porque su incansable periplo pacificador no permite ocultar que fue el inventor de Osama bin Laden y de los talibanes, regados y regalados con dólares para atacar a los soviéticos en Afganistán. En fin, entregó el Canal de Panamá que ahora insiste en recuperar Donald Trump, a quien Jaimito no le duraría ni un asalto. Porque la cuestión no consiste en apreciar su pacifismo, sino en plantearse si se lo podía permitir.

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