Opinión | Tribuna
La imagen
Mientras los muertos se amontonan y las familias apenas pueden despedirse de ellos, Israel sigue con sus ataques
La imagen de un hombre con bata acudiendo a un centro hospitalario en medio de una calle en ruinas, devastada, refleja la desolación de un pueblo y basta la figura de ese hombre para respirar el miedo, sentir el dolor y maldecir el nombre de cualquier guerra. Su nombre es Abu Safiya, doctor, pediatra y especialista en neonatología, quien desapareció durante el último ataque al hospital Kamal Adwan, otro de los hospitales que ha sido destruido en esta forma tan cruel que tiene Israel de hacer sufrir al pueblo de Gaza, privándole de todo aquello que tenga que ver con una mínima posibilidad de supervivencia al destruir sus hospitales, no permitir la llegada de la ayuda humanitaria y atacar los campamentos donde los gazatíes se amontonan intentando vivir una vida que está en las antípodas de lo que debiera ser la vida.
Pero así son las cosas y mientras los muertos se amontonan y las familias apenas pueden despedirse de ellos, muchos de los cuales son niños y niñas que debieran estar jugando o aprendiendo sobre la vida en la escuela, Israel sigue con sus ataques y si bien la ONU pide proteger las instalaciones sanitarias en Gaza, sobre todo después del ataque al Kamal Adwan que atendía a más de 75.000 palestinos que permanecen en la zona y que ahora no tienen ningún lugar al que acudir cuando se produzca un nuevo ataque. Israel se defiende diciendo que era un centro de Hamás y que por eso había que incendiarlo, matar a unos cuantos sanitarios para dar ejemplo y detener a todo aquel que sea sospechoso, para después trasladar a los más influyentes, como es el caso del pediatra y neonatólogo Abu Safiya, a prisiones que Israel levanta para alimentar el odio y demostrar que ellos pueden hacer con la vida de los otros lo que quieran, porque nadie está mirando en esa dirección ahora que parece que no es el momento de hablar de la necesidad de que se cree un estado palestino en medio de esta locura que dura décadas y tiene en la piel de los palestinos un olor a quemado y rabia que perdurará durante muchas generaciones, porque las lágrimas están siendo muchas en este mes de diciembre especialmente doloroso con ataques a zonas humanitarias consideradas seguras en el sur de Gaza, con el bombardeo a escuelas, la destrucción de hospitales, el asesinato de familias, de periodistas y de hombres y mujeres que vislumbran a diario lo que es el fin.
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