Opinión | Tribuna

El hombre del año

La política es uno de los territorios más fértiles para la imaginación. O para los milagros. ¡Quién iba a decir que 2024 sería el año Puigdemont, el hombre demonizado en las portadas, deshumanizado en las tertulias y eternamente señalado como la raíz de todos los males! Y, sin embargo, es el líder político que ha marcado la agenda política española de 2024 y, con toda probabilidad, marcará 2025. No solo porque su acuerdo de investidura con la ley de amnistía como eje ha sido una bomba política que ha hecho estallar las costuras del debate público, dejando a muchos políticos con las vergüenzas en el aire. Illa, por ejemplo, que semanas antes la consideraba un anatema y ahora la vende como un éxito de la concordia socialista. Una fake news de manual, por cierto, lo de la concordia, pero nuestro president domina como nadie el arte de vender humo y no quedar tiznado.

Pero más allá de la amnistía, reina absoluta del ruido mediático hasta la llegada de la troupe Koldo-Aldama-Ábalos, y del hecho evidente de que Sánchez es presidente porque Puigdemont aún no le ha derribado, el líder de Junts también ha logrado otro milagro: la reinvención del discurso del PP, al menos por el lado de su esforzado y a ratos presidente Alberto Núñez Feijóo. Si gracias al papel de Puigdemont una parte del PSOE ha descubierto las bondades de la plurinacionalidad -como pregona con esforzada voluntad el vigía Iván Redondo-, una parte del PP ha descubierto que hay vida más allá de la cuerda asfixiante de Vox. Es cierto que ambos tumbos dialécticos han tenido su retorno, con Sánchez viendo cómo le crecían los Page y otros especímenes de la España eterna, y Feijóo notando el aliento de la matrona Ayuso en la nuca. Un clásico de la España irredenta, este de encontrarse a los guardianes de las esencias a derecha e izquierda, cuando se trata de hacer pasar a Catalunya por el aro.

Sea como sea, es indiscutible que en 2025 volverá a tener a Puigdemont en las portadas, porque todo pivotará en torno a la decisión que tome. Si da oxígeno a Sánchez, porque el habitante de la Moncloa ha tenido un ataque inesperado de honestidad política y ha cumplido con los acuerdos que había firmado, entonces habrá Gobierno socialista un tiempo más. De los presupuestos, ya se hablará más adelante, porque previamente Sánchez tendrá que deshacer el nudo gordiano actual, con la moción de confianza marcando la agenda. Es cierto que Sánchez también puede sufrir por el lado de Podemos, ahora que vuelven a mover la cola, pero no es imaginable que este partido tire tanto a la cuerda como para derribar al Gobierno. Y de ERC, ni mencionarla. Su entrega ideológica al socialismo, vía pacto de las izquierdas, etcétera, le ha dejado en situación de irrelevancia.

Al otro lado del mostrador, también Feijóo necesitará a Puigdemont si quiere dar la vuelta al mapa político actual, no tanto para soñar una imposible moción de censura, inviable en cualquiera de las aritméticas actuales, pero sí para forzar la maquinaria para ir a elecciones. Es de suponer que una moción de censura, que exige un presidente alternativo para gobernar, no entra en ningún supuesto de Junts, pero una moción de tránsito, con un candidato de paja, para forzar la caída del Gobierno, no es inimaginable. Al fin y al cabo, Puigdemont ha recordado en múltiples ocasiones que no se siente cercano ni del PSOE, ni del PP, porque ambos trabajan para erosionar los derechos nacionales catalanes. De hecho, actualmente el PSOE controla el poder del Estado y domina todos los poderes en Catalunya, y lo ha aprovechado, Illa mediante, para iniciar el mayor proceso de españolización de Catalunya desde la democracia. De modo que, uno y otro, ‘botifarra’, que dirían los abuelos.

Puigdemont ha sido la clave de 2024 y lo será de 2025: el hombre en la agenda de Sánchez y de Feijóo, sea para mantener el estatus político o para cambiarlo. Y todo ocurre mientras Puigdemont cumple el octavo año en el exilio y todos los que lo necesitan siguen soñando en detenerle. Como dice él mismo, ni siquiera el PSOE le ha aplicado la amnistía pública: Marlaska quiere detenerle, Sánchez no se hace la foto, Illa no le va a ver en la ronda de presidentes, etcétera. Pero todos ellos quieren que les salve la cara, por bondad divina. En política lo llaman habilidad, pero es simple hipocresía.

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