Opinión | A pie de isla
En defensa del comercio tradicional
En este artículo deseo enfatizar la vital importancia que tiene el comercio tradicional para esta sociedad urbana en la que estamos todos inmersos, hoy tan amenazado aquel por el llamado comercio electrónico.
Recordemos brevemente la importancia de esta milenaria actividad económica en el origen y devenir de las ciudades. Mercados y ferias constituyeron en el medievo el embrión de no pocos burgos, así como de su posterior desarrollo. Pero su importancia rebasa la mera esfera económica. También en lo social y cultural ha sido fundamental para la consolidación de la cultura urbana. Entre comerciantes y consumidores se ha originado una extensa red social muy activa. A su vez, el comercio tradicional ha potenciado también la configuración identitaria propia de cada ciudad.
Pero a pesar de esto, quizás no valoremos lo suficiente el comercio tradicional por pensar que su continuidad está asegurada. Estamos de tal modo habituados a él que nos resulta consustancial al universo urbano.
Pensamos que jamás será expulsado ni por nada ni por nadie de nuestras calles, sin importar el contexto político, económico, social o cultural con el que coexista; que siempre encontraremos tiendas bajo nuestras casas o al doblar la esquina, al alcance, no más, de unos pocos pasos. Ni por asomo contemplamos la posibilidad de que un día claudique y baje masivamente la persiana. Estamos convencidos de que el comercio tradicional siempre estará ahí para aliviar nuestra necesidad de consumo y seguirá siendo una de las piedras angulares del paisaje urbano que nos rodea.
Por tanto, en un país como el nuestro, enclavado en un contexto geográfico relativamente seguro, nos cuesta sobremanera imaginar lo contrario a día de hoy. Ni siquiera trasladando nuestra mente a un hipotético contexto bélico podríamos sospechar la interrupción de ese comercio, puesto que hasta en las guerras más encarnizadas encuentra el consumidor mostradores de venta abiertos, aunque sus escaparates estén hechos añicos.
Hasta hace poco, solo en una película de ciencia ficción o de catástrofes lograríamos visualizar un escenario en el que cualquier vestigio de comercio callejero hubiera sido borrado del mapa. Sí, hasta hace poco, he dicho bien, porque recientemente una tragedia ha podido mostrar de forma palmaria qué consecuencias produce que el comercio tradicional de una localidad sea anulado durante largas semanas.
Tanto en Ibiza como en otros muchos lugares, uno de los efectos menos divulgados de la pasada dana valenciana ha sido la aniquilación absoluta de la actividad comercial en la mayoría de núcleos afectados, algunos de ellos de notable peso demográfico y económico. No hay precedentes de una devastación tan brutal en nuestro país en los últimos cincuenta años. Hubo pueblos enteros en los que, además de quedar sin apenas medios de transporte, no sobrevivió ni un solo comercio, incluyendo bares y restaurantes.
A efectos prácticos, la mayoría de establecimientos quedaron borrados del callejero; se colapsaron de agua y barro, convirtiéndose en trampas mortales. A oscuras, una vez cayó el suministro eléctrico, no parecían locales comerciales sino cuevas anegadas, grutas espectrales. Puertas, persianas metálicas y escaparates fueron literalmente aplastados o arrancados de cuajo, como en una explosión gigantesca.
Una gota de agua es tan inofensiva y dócil como la espora de una flor, pero puede enloquecer cuando en pocas horas se junta con billones de sus hermanas y se precipita entre torbellinos por una pendiente.
Aquello de Valencia fue un cataclismo, una barrancada-tsunami en toda regla descendiendo de las montañas, llevándose de estas consigo incontables toneladas de piedra y tierra, agregándolas a su furia, convirtiéndolas en munición suficiente para destruir docenas de pueblos a su paso, tal como ocurrió.
Cuando al fin las aguas se esfumaron, dejaron un manto espeso de barro que casi detuvo toda actividad humana. Si el hombre deja a su paso cemento, en una riada el agua deja barro, su venganza.
Así que unas 300.000 personas quedaron desprovistas de tiendas donde surtirse. Experimentaron lo que significa vivir en una población sin ningún establecimiento abierto donde poder adquirir lo más básico. No se valora de verdad lo que se tiene hasta que desaparece.
Lo ocurrido en Valencia es el mejor botón de muestra para hacerse una idea de lo que supone vivir durante semanas en un lugar sin comercios abiertos.
Supongan por un momento, queridos lectores, que aquí en Ibiza de repente cerraran todas las tiendas. ¿Se pueden imaginar calles como la de Sant Jaume, en Santa Eulària, sin un solo establecimiento abierto? ¿O lo mismo en paseos como el de Vara de Rey en la capital?
Y es que el comercio tradicional es columna vertebral de las ciudades. Pararse ante un escaparate es una expresión tan urbana como extender la mano para detener un taxi. El comercio tradicional dinamiza las ciudades, las llena de vida. Sus escaparates añaden colorido, escenografía, luz y animación. Por otro lado, salir a comprar, o simplemente a mirar, nos obliga a interactuar con otras personas, a comunicarnos verbalizando cara a cara, sin pantallas digitales de por medio.
Sin comercios, la ciudad se desurbaniza, pierde una de sus más intrínsecas funciones. Su arquitectura se resiente, se deshumaniza, ya que sus edificios pierden parte de su habla y su piel; se ‘esqueletizan’.
Piénsese, pues, en todo esto antes de recurrir a comprar masivamente por internet. No dinamitemos nuestro propio hogar, la ciudad.
Suscríbete para seguir leyendo
- Esto es lo que le ocurre al bebé de Anabel Pantoja, ingresado de urgencia en la UCI
- Oportunidad en Ibiza: piso con vistas a los 'espectaculares atardeceres' de Sant Antoni
- Estos son los tres pisos a precio de ganga que se venden en Ibiza: ojo, tienen una peculiaridad
- Estas son las dos razones principales por las que los guardias civiles no quieren trabajar en Ibiza
- Un descuido al aparcar el coche en Sant Antoni le delata: estaba cometiendo un delito aún mayor
- Un hotel de lujo de Ibiza entre los más solicitados por los turistas
- Hay guardias civiles viviendo en furgonetas o caravanas en Ibiza
- Sin UCI pediátrica en Ibiza: «Enzo estuvo a punto de morir»