Opinión | Tribuna
Paredes y el poder de la palabra
Un par de frases memorables de Marisa Paredes, de dos películas de Pedro Almodóvar:
1) «¿Existe alguna posibilidad, por pequeña que sea, de salvar lo nuestro?». (La dice el personaje de Leo Macías, escritora de novela rosa en crisis, a su marido militar, Imanol Arias, en ‘La flor de mi secreto’).
2) «Humo es lo único que ha habido en mi vida» (de ‘Todo sobre mi madre’, donde la actriz encarna a una gran diva de teatro).
Dos virutas de diálogo que, sacadas de contexto, se han convertido en frases hechas, en moneda común, casi en chistes de los que echar mano en situaciones límite. Retazos de palabras, que al final de todo son lo único que queda. Hace apenas nueve meses —quién iba a decirlo—, el 8 de marzo de 2024, Paredes expresó algo parecido cuando la invitaron a depositar un legado simbólico en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes, en Madrid, en una ceremonia junto con la escritora Rosa Montero y la cantautora Rosa León. Durante su parlamento, la actriz agradeció a su profesión que le hubiera permitido conocer tantos mundos, tantos textos y a tanta gente. Porque, subrayó, la cultura es lo que queda. «Queda el ‘Guernica’. Queda el ‘Quijote’. Queda Lorca. Eso es lo que queda, y no hay quien lo destruya». Su muerte repentina impedirá el estreno en el teatro Romea de Barcelona de ‘Cargada de futuro’, un monólogo a cargo de Lluís Pasqual donde la actriz iba a compartir con el público versos de sus poetas favoritos y reflexiones sobre el amor y la vida. Qué lástima. Clase y presencia, exquisita dicción; una intérprete hecha para el gran drama. Chéjov. Ibsen. Dürrenmatt. Ella, tan alta y liviana, que parecía de otro país más al norte y que, sin embargo, por su trayectoria pudo haberse erigido en portavoz de un par de generaciones de mujeres españolas, las que escuchamos en boca de nuestras madres frases del tipo: «Tú haz lo que quieras, que yo no he podido».
El azar ha querido que la desaparición de Marisa Paredes haya coincidido esta semana con el gran revuelo a cuenta de la posible laminación de la literatura, tanto la castellana como la catalana, en los planes de estudio del bachillerato de cara al curso 2025-26. No se eliminaría la literatura, sino que se convertiría en asignatura optativa, en una despreciable maría curricular. De momento, el Govern ha congelado la medida a la espera de ver cómo adecúa, junto con el Ministerio de Educación, el encaje de la «singularidad catalana» con los requerimientos de la ley educativa aprobada en 2020, la Lomloe. A ver en qué queda el asunto. Desde luego, si el alumnado catalán saca unos resultados paupérrimos en comprensión lectora en cada informe PISA, no se entiende la supresión del primer peldaño de la pirámide. La literatura ensancha la percepción y la capacidad de abstracción. ¿De verdad vamos a despojar a los jóvenes de los referentes de una cultura secular?
Hace tiempo que, a fuerza de no entender nada, dan ganas de columpiarse en otra frase icónica de Paredes/Almodóvar: «Excepto beber, qué difícil me resulta todo» (también de ‘La flor de mi secreto’).
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