Opinión | Para empezar

Ibiza, sin nadie al volante

En Ibiza no hay nadie al volante. Vamos cuesta abajo y sin frenos, a toda velocidad hacia un precipicio en el que lo único seguro es que nos vamos a estampar. La codicia insaciable es el motor de una sociedad inmersa en una dinámica endemoniada que la lleva a la autodestrucción.

La mayoría de la vivienda existente en Ibiza y Formentera se destina a la especulación salvaje para sacarle la máxima rentabilidad (ya sea legal o ilegalmente), tal y como se lleva haciendo desde hace décadas sin ninguna cortapisa, lo que condena a gran parte de la población a no tener un hogar digno. Pero al mismo tiempo, el sector de la construcción vive una época dorada gracias a la edificación de viviendas de lujo, destinadas, cómo no, también a la especulación y a hacer negocio.

Como no hay casa para residentes ni para trabajadores de temporada (y la que hay tiene precios astronómicos), es imposible completar las plantillas en los servicios públicos y las empresas. El baile de trabajadores es continuo, lo que impide que se estabilicen los equipos y hay que recurrir a personas que no tienen ni la más mínima preparación ni experiencia para cubrir todo tipo de puestos, algunos muy sensibles. El servicio que recibimos los ciudadanos -todos, también los que se forran con los alquileres- es a menudo lamentable y las consecuencias son graves. El último ejemplo: hay más de 1.600 pitiusos que esperan un año y medio para conseguir su certificado de discapacidad o de dependencia. Sin ese documento, no pueden conseguir ayudas públicas, como aparatos de ortopedia, becas o puestos de trabajo adaptados. ¿La causa de este desastre? Que la conselleria de Bienestar Social no encuentra profesionales que quieran trabajar en Ibiza debido al problema de la vivienda.

Esta situación se repite por todas partes: en la sanidad, la educación, la dirección general de Tráfico, cuerpos policiales... Algunos son cada vez más ricos (nunca es suficiente) a costa de condenar a otros a la miseria y al chabolismo, y de convertir a una isla próspera en un lugar inhóspito donde nadie quiere venir a trabajar para ser pobre de solemnidad y pasar calamidades. Ya va siendo hora de que alguien se ponga al volante.

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