Opinión | Tribuna
Chari en nuestra memoria
Cuando supe el nombre con que sus amigos llamaban a la chica asesinada hace unos días en Palma, Chari, acudió a mí el recuerdo de los compañeros de Sacri (similar en sonido), trabajadora de Conforama, llorando desconsolados en la concentración que celebramos para recordarla y denunciar la barbarie cometida contra ella. Necesitaban compartir su dolor, y ese gesto valiente, de personas destrozadas, pero que buscaban la complicidad sana de la sociedad que los entendía, no se borra de mi memoria.
Chari y Sacri, diminutivos de nombres religiosos, Sagrario y Sacramento, han muerto a manos de sus parejas, hombres que en algún momento dijeron que las amaban. Con seis años de diferencia, pero con la misma crueldad, si es que las crueldades pueden compararse.
El reguero de desgracias que sigue al crimen de la semana pasada es largo, no se acaba con la vida segada de una muchacha. Quedan niñas a las que le han robado a su madre de la manera más cruel. Tan pequeñas y tan solas... También queda una madre destrozada, familiares, amigas y amigos deshechos e interrogantes sin ninguna contestación satisfactoria en la cara del alumnado del centro escolar en el que ella trabajaba en Son Ferrer, y también del de Llucmajor, al que va la niña mayor.
No sabemos si uno y otro crimen se podían haber evitado; sí sabemos que las dos mujeres tenían miedo y que habían pedido ayuda. Las dos habían denunciado ante la policía y ese hecho no les salvó. Vete a saber si las puso en un peligro mayor. Habrá que valorar si la denuncia, tan animada por todos nosotros, en algunos casos es un factor de riesgo.
Hay quien dice que el rumano que acribilló a cuchillazos a su pareja indefensa ya era un delincuente previo. No era de los nuestros, piensan. Y eso les consuela. Puede que tengan razón, porque ese hombre había demostrado ser un peligro para otras gentes también. Pero quizás sea la excepción. El otro tipo, el que se creía dueño de Sacri, sí era de aquí, diríamos que era «de los nuestros» y la única persona que estuvo en riesgo y pagó con su vida fue ella. Ese suele ser el patrón, incluso muchas veces vecinos y conocidos manifiestan en entrevistas que el agresor era una persona afable y servicial.
En el listado de las mujeres víctimas de violencia machista en Mallorca, tan internacional, las hay de países nórdicos, de China, peninsulares, británicas, alemanas, de Europa del este y mallorquinas y me dejo muchas. Entre los canallas, igualmente son variadas las procedencias. La primera asesinada de la que yo fui consciente, Juana García, fue rociada con gasolina y prendida fuego en su lavandería, en Palma, hace 30 años por su marido. No era rumano, era español. Juana también había denunciado. Ella fue pionera en denunciar y en morir.
Jueces y policías tienen una responsabilidad. Sus protocolos (cuánto me molesta esa palabra) cubren las espaldas y orientan, pero se han demostrado inservibles demasiadas veces. No nos olvidamos de Lucía Patrascu, asesinada por su marido en el Port de Pollença al regresar del cuartel de la Guardia Civil al que acudió a pedir auxilio.
Nosotros, hombres y mujeres dignos, debemos seguir concienciando en el respeto a la libertad y en el exterminio del machismo que en su máxima expresión, asesina. El trabajo diario ha de ser desde todos los frentes y debe llegar a personas de todas las edades. Y quienes no comprenden por qué Chari cedió a sus exigencias y acudió desprotegida a encuentros con su agresor, es porque no conocen el laberinto sin salida visible de las mujeres maltratadas.
Las concentraciones de denuncia son simbólicas, pero sirven. Demuestran respeto y resistencia y voluntad de no dejarse vencer. Tristemente, sabemos que habrá otras y sería demostración de salud social que hubiera más participación.
La vida continúa ahora excepto para Chari. En la plaza de España, durante el minuto de silencio el jueves pasado, la banda municipal, a nuestras espaldas, afinaba sus instrumentos. No molestaba, era un signo de normalidad, el preludio de la música que alimenta el espíritu, navideño, en este caso.
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