Opinión | Tribuna
Ocio y negocio
En mi adolescencia, allá por el pleistoceno, el tiempo libre nos lo gestionábamos nosotros solos, como tantas cosas. Íbamos al cine cuando podíamos, y a ver lo que hubiera, porque no se elegía muy a menudo. Acudíamos a cualquier acto cultural, porque suponía un cambio en la rutina, y nos juntábamos a jugar a los dardos o al Trivial, o simplemente a hablar en la calle o en algún bar con suficiente espacio. En las casas era impensable, porque todos teníamos muchos hermanos, y aunque no se tuvieran, las casas eran el espacio inviolable de los padres, y se iba en raras ocasiones. Muy de vez en cuando, cenábamos por ahí o tomábamos algo, y alquilábamos un local para escuchar música, bailar o simplemente estar sin pasar frío. Esta parrafada de abuela cebolleta viene motivada por un reciente informe de la UEX sobre la escasa oferta de ocio para los jóvenes de Cáceres, queja que podría ampliarse a otras poblaciones. El informe se ha realizado tras escuchar a más de mil menores de dieciséis años, y concluye que la oferta es mínima, y que los jóvenes demandan, entre otras cosas, boleras, parques de atracciones, pistas de hielo, y un centro comercial más grande.
El informe no hace referencia a qué opinan los jóvenes del cine (con cartelera todos los días), del precio de las entradas (de esto sí se podría hablar), de la biblioteca abierta incluso los domingos, de las pistas deportivas, de los gimnasios con precios al alcance de cualquiera…de todo lo que existe y no se aprovecha, porque quizá el problema no sea la falta de oferta, sino la búsqueda de un ocio dirigido a formar consumidores y no personas. Claro que escasean oportunidades para los jóvenes, como un centro para reunirse que podría organizarse si se abrieran los edificios públicos sin uso, llenos de salas vacías. Y claro que el informe tiene razón en la suciedad de los parques y el vandalismo, pero quizá si pudieran reunirse a jugar, a hablar, a ensayar en un lugar habilitado para ello…algo cambiaría. Lo que no puede entenderse es que la diversión se reduzca a deambular por los centros comerciales, o que todas las actividades pedidas por los jóvenes solo puedan disfrutarse con dinero. Eso deja fuera a los que no lo tienen y sobre todo, deja en mal lugar a una sociedad que no se da cuenta de que consumir significa también agotar, extinguir, debilitar y carcomer. El ocio de los jóvenes no puede suponer siempre un negocio para algunos. Existen muchos espacios cerrados que deberían abrirse para llenarse de alternativas y posibilidades, así también se abrirían las mentes, los ojos y a lo mejor, los corazones.
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